un cuento de la sirena


HISTORIA TRISTE DE CARMEN QUE INCLUYE FINAL FELIZ


Primero eran cuatro en la casa. El matrimonio de sus padres, la tía Beba y ella.
Las dos hermanas daban clase. Su madre, corte y confección, la tía  bordado fino. Ambas  hacían trajes de novia. Ya su abuela había sido modista, sistema Mendía. Y la verdad es que tenían manos de angeles.
Pensando en que iba a seguir con la tradición no se le había ocurrido a esos tres grandes de la casa que ella tenia que hacer el secundario. Y fue asi que se perdio los asaltos, los bailes, el posible viaje a Bariloche. Y no tuvo barra de amigos. Ni amigos varones.
Ella sufilaba con la madre, ponía pedrería con la tía. Hasta que un día Beba se murió, el padre también y los vestidos de alta costura y  los trajes de novia con pedrería pasaron a ser una antigüedad.
Y muertos los muertos,  la madre compro dos camitas y la llevo a dormir con ella al dormitorio grande, sabiendo sin saber su destino de solterona.
Sexo tenemos todos. Aun los solitarios. Aun los puritanos, los miedosos, los pusilánimes.
La primera vez que tuvo un orgasmo o algo parecido (una nunca sabe) fue en la casa de una vecina, a los trece. Las dos pibitas estaban solas en la pileta pelopincho en el fondo, un febrero en que se podia freir un huevo frito en los mosaicos. Empezaron a decir (ninguna lo sabia) como seria dar un beso de lengua. La otra parecía más avivada  y se reian en el agua haciéndolo en la mano, cada una con su lengua y su mano, y en un instante no predeterminado, insufriblemente aletargado, terminaron una con la lengua en la boca de la otra. Y a Carmencita le agarro junto con la vergüenza un fuego salado desde abajo hasta arriba. Fue como desmayarse por una milesima de segundo. Nada. Fuego y agua.
La otra, la Nancy, nunca la volvió a invitar a la pileta. Ahora es una gorda llena de hijos, y tiene un marido que se la pasa jugando en el bingo. Pero entonces las tetitas de las dos se pararon como amenazas y se tocaban en el agua como putas de burdel,con tantas ganas que vienen de la propia sangre de las mujeres, que llevan adentro saberes que nadie sabe que tienen.
La vez del desvirgue estaba sola. Ya no se usaba  la pieza del fondo, la de costura. Beba estaba con el cáncer del pecho en la clínica, su padre trabajaba,  madre al lado de su doliente hermana. Y Carmencita dirigio sus pasos al cuarto donde todavía descansaban envueltos en papel madera, cortes de casimir, de seda natural, algún algodón  abandonados por sus dueñas.
Por los resquicios de la madera,La luz atravesaba la ventana cerrada. Ella se sentó en el diván, corrió los paquetes envueltos de telas y se empezó a desfogar, sin siquiera sacarse la bombacha, mientras lloraba su soledad de solterona a los diecinueve años. Y en un momento vio que había manchado su mano y el cobertor de sangre limpia. Limpiándose con su propia mano ensangrentada las lagrimas, cambio la colcha, lavo la sangre, tendió la colcha y se  metió en la cama por tres días completos. La madre de Carmen estaba como loca. Con la Beba en el hospital y la hija en la cama, tomando saridon y te, no sabia como iba a dar  para resolver todo. Carmen se tuvo que levantar al tercer día de la muerte de su virgo, porque Beba se murió toda y había muchas cosas para ir haciendo.
Y así fue pasando la vida.
Como dormía en la mismo dormitorio que la madre, en camas paralelas,  sus pajas eran silenciosas y quietas. Dos veces por semana.Pocas veces llegaba a acabar.
Se estaba secando.
Pero en toda historia hay una epifanía. Un momento salvador.
Salvador se llamaba. El mecánico joven, bah, un aprendiz, un pibe de ¿diecisiete? ¿Diecinueve? Mas o menos lo que tenia el hijo de su vecina de al lado. Por ahí calculaba ella, que andaba por los cuarenta.
A esta altura de las cosas, Carmen y su madre vivian solas, sin necesidad de trabajo. La vieja con parkinson. Ella sin nada. Cobraban la pensión del padre y una renta de unos alquileres que eran herencia de la Beba. La pieza del fondo juntaba polvo.
Salvador cebaba mate. Barría la vereda, y cuando Carmen iba a los mandados, la saludaba riéndose (ese pibe siempre se reía) ¡que tal doña! Y ella se ponía contenta. Porque el pibe tenía una sonrisa contagiosa.
Un nene. Como el hijo de su vecina.
Una noche de paja silenciosa se le vino a la cabeza. Lo quiso apartar, pero no pudo. La madre tomaba pastillas para dormir, pero no era cuestión faltarle el respeto, o peor aun, de cambiar la rutina. Pero no pudo mas, el cuerpo (como un coche nuevo en la ruta) pedía mas y mas, entonces salio y silenciosamente se fue a la piecita del fondo y se desfogo ruidosamente, con furia, con lastima y Salvador era como un sol. Iluminaba todo.
Al día siguiente se sintió sucia, culpable pero aliviada.
De ahí en mas,  trato de salir cuando el pibe no estaba en la vereda. Por ej. esa mañana.
Pero existe un dios justo y encontro a  Salvador en la panadería. Ella venia cargada. Porque había pasado primero por el supermercado chino y traía la compra para toda la semana. Dos mujeres consumen poco,  igual era pesado. El pibe, liviano como el aire, le ofreció a llevarle la bolsa. Y ella dijo si. Era un chico. De la edad del vecino. Hasta podría ser su hijo.
Eso dolió.
Las trompas, los conductos de Falopio, los ovarios, los pequeños óvulos inútiles, el cuello del útero. Todo un jardín florido del cuerpo abandonado a su suerte.
Ser soltera era una cosa que había sido previsible desde el inicio. No tener hijos, una maldición.
Entonces Carmen dijo algo bueno tiene que tener esa sequedad de la matriz. Este pibe no es mi hijo.
Y lo hizo pasar a la casa, le ofreció un vaso de  jugo. EL pibe seguía hablando de cualquier cosa, se reía, la bolsa no le pesaba, iba liviano como solo puede irse cuando se tienen diecisiete, diecinueve años.
Y cuando se iba de la casa, lleno de los agradecimientos de Carmencita por la gauchada, la miro a los ojos, limpiamente, y le dijo “vos me gustas”
Entonces, desesperada y dispuesta a jugarse la ultima carta, ahora o nunca, la Carmen lo abrazo y le dijo “vos también”
Y esa tarde, a los cuarenta de parado y con la bombacha bajada a las rodillas Carmen conoció varón.

Comentarios

El Mostro ha dicho que…
¡Excelente! ¡La historia de más de una!
vodka ha dicho que…
gracias diego. Demasiado triste para ser erotico. Demasiado erotico para ser un cuento de la otra.ja.
vodka ha dicho que…
Cuando vine de Catan para este barrio, lo primero que me gustó es que era tranquilo. El Mario y el Alberto, los dueños del taller no me pagan demasiado, pero me llenan de biscochitos y mate y me enseñan el oficio.
Cuando uno pasó hambre, sabe agradecer. La mujer del Alberto me da ropa de su hijo que se casó. Una vez me dijo que yo le hacia acordar al pibe. Pero no se que vió, el pibe va a la facultad, es un poco agrandado y nunca uso ropa de otro.
Igual yo estoy contento. Vivo con mi tío acá a dos cuadras y vengo al taller y gano unos pesos y encima aprendo a ser mecánico, entre la barrida del taller, los mandados a la panadería, y engrasar lo que se necesita.
Mario y Alberto parecería que se están peleando todo el día, pero es una manera de tratarse nomás. Casi siempre fanfarronean sobre mujeres, y sin embargo parecen fieles y felices con sus esposass, sus hijos y su taller.
Pero, con eso de las mujeres, siempre me están cargando. Me toman de punto y me dicen, pibe si yo tuviera tu edad no se me escapaba una mina. La pondría todo el día. Yo me río, y como soy callado, me cargan y se dan manija hasta que se cansan. Igual son bromas amables. Las mujeres les parecen unas comidas listas para servirse y que estan solo esperando que uno extienda la mano.
Y sobre todo me cargan con unas pibas del barrio, que pasan a cada rato.
Ni loco les cuento de la Carmen.
La Carmen vive enfrente, y será un poco más chica que la mujer de Alberto. A veces hablan.
Parece tan triste.
El Alberto y el Mario ni la mencionan como a una mujer. Es invisible para ellos. En cambio las chicas del barrio, siempre merecen un comentario. Ellos son respetuosos cuando las saludan, chau piba les dicen, pero después vuelven a la carga con las tetas de las pibas, con el culo que tienen. Pero no todo es teta y culo en la vida
La Carmen es soltera, y vive con la madre. Tienen unos alquileres. Ella saluda a todos en el barrio, vive acá desde chiquita.
Yo la miro.
A mi también me saluda. No es que sea linda, pero para mi no es invisible. Me doy cuenta cuando sale con el pelo suelto (en general se lo ata con una hebilla). Un día estaba adelante mío en el supermercado (no me había visto) y yo no podía dejar de olerle el pelo. Olía a limón.
En el taller estoy atento a sus movimientos, como si yo fuera un guardian de la carmen. Ya se que a eso de las once sale a hacer las cosas y me las arreglo para estar donde me vea. Y de encontrarla.
Me imagino que su piel será como lisita, que debajo de esa ropa que no dice nada, su piel dice.
Le grito de una vereda a otra, ¡que tal doña! Y me agarra como una alegría. Pero cuando se va, me agarra como una cosa en la panza.
No se que paso, pero cuando ya casi me iba a animar a encararla en la calle, decirle que linda que estas, por ej. algo paso que no salio más a las once.
Casi no la vi. esta semana. Y se que no esta enferma. Solo cambio la rutina y no la vi. Y lo necesito. Me duele el alma, ni tengo hambre y Mario y Alberto dicen que me estoy debilitando de tantas pajas, que me levante a las pibas de la cuadra de una vez por todas.
Mario y Alberto siguen con los chistes sobre que si tuvieran mi edad, no dejarían títere con cabeza.
No se trata de eso.
La Carmen, que debe tener edad de mi madre, pero no me importa, realmente no me importa, me esta dejando sin cabeza.
Tengo que decirle que me gusta. Tengo que decirle que es linda.
Para poder volver a dormir una noche entera sin pensar en esa piel lisita.

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