Cuando me acuerdo de Clara vienen a mi cabeza dos episodios
bochornosos. El ataque de risa que le agarró cuando llegué a trabajar lastimada
en las cara interna de los muslos porque el bidet se había partido conmigo
arriba y me había raspado la cerámica , pero sobre todo un dia que las
enfermeras se pusieron a imitar el gesto de cada profesional y ella me imitó, cansada, revoleando la
cartera, torpe y pesada, como si en la caricatura yo fuera un hipopótamo con
tutú llegando a la unidad sanitaria
Era una mujer mala.
Formada en la era preprofesional de la enfermería por
monjas,todavía soplaba las heridas- Imagino un pasado como mucaman en alguna institución de salud y el tiempo y la
ambición que le permitieron matricularse. En la unidad sanitaria vacunaba,
ponía inyecciones, tomaba la presión, daba turnos y supongo se enteraba de los
chismes del barrio, que era el en el que
vivía. Dejaba entreveer la bienvenida a regalos de pobre, como empanadas, algún
limón, o -esto no le se y me parece oprobioso- alguna propina por lo que la
gente consideraría un favor y no era otra cosa que algo por lo que le pagaban
un sueldo.
Una vez, ni acuerdo por que,me ofreci a buscar unas llaves
de un armario a su casa,dos o tres cuadras para el lado de la avenida,
Seguramente había faltado uno de mis pacientes
Me llamó la atención lo pretencioso de esa casa sin terminar en un barrio
pobre. Un jardincito adelante, y mas atrás, la puerta de entrada, doble y de
buena madera maciza, conuna columna a cada lado, como un templo .y había mármol
por ahí. Mal gusto, pero caro. Y tejas,
claro.
En vez del alambre de gallinero que cercaba cada casa de ese
barrio periférico,ella había puesto rejas con puntas, como si los pibes no
pudieran echar un buzo arriba y hacer de esas puntas,nada.
El sueldo de las enfermeras era siempre bajo. Lo se , porque
yo era profesional y mi sueldo era
insuficiente y ella ganaba menos: Vivía con su hijo, un cuarenton que nunca vi,
que arreglaba cosas, computadoras que vivía de changas.
Clarita era siniestra en mas de un sentido y una vez me
dijeron que el sobresueldo y lo pretencioso le venia de hacer abortos.No estábamos en tiempo
donde eso se debatiera, pero estoy segura de que yo no hubiera dejado que esa
mujer horrible que una vez le dijo a una que había parido un bebe muerto “tenes
que vaciarte la leche” con una metáfora tan mortífera, que ni la puedo recordar
ahora que lo quiero escribir, se metiera en mi vagina
Así y todo trabaje como veinte años bajo el mismo techo,
hasta que la jubilaron de prepo, y lo tomó a mal. Ahora esta muerta y viene la Elisa a contarme
este chisme.
Ya hace mucho que no trabajo allí, también me jubilé, pero
elegí yo la fecha y fue antes de los sesenta. Elisa me encontró en la 9 de
Julio y se paró a hablarme y decirme lo bien que le había hecho “mi terapia”. Nada,
giladas, por desviar la conversación empezamos hablar de aquel entonces, de la
gente que conocimos en común y me dijo “porque ud.sabe,doctora,lo que
encontraron en la casa de la Clara”.
Y yo no sabía, no es que no sea afecta a los chismes, sino
que el horror necesita un contexto para ser contado.
Entonces la llame a una compañera, una ginecóloga que seguía
trabajando ahí y me dijo “no te lo puedo contar por teléfono”, aumentando mi
morbo.
Y ahora vengo de ahí, de encontrarme con Samantha y me di cuenta
que malsana es la curiosidad humana,
Todos tenemos un muerto en el placard, en el caso de Clarita
yo pensé que habían encontrado dinero, mucho y viejo. U oro. Pero habían encontrado una nube de
angelitos.
Como en tantas casas conurbanas atrás del jardín había un galpón:
Mi casa lo tiene y ahí se guardan herramientas y cosas básicamente inútiles.
Bicicletas que nadie usa, cajas de carton de artefactos que algún día fueron
nuevos,las sillas del verano.
En el cuartito del fondo de Clara había una pequeña sala de
espera con 4 sillas, y un paridero, revestido con azulejos blancos de segunda, con pretenciones de quirófano, simplemente una
camilla (tenia el numero de inventario
de la municipalidad,no se cuando se la habrá apropiado, alguna noche de
invierno, ella tenía la llave) y una heladera, cerrada con candado.
La heladera no estaba enchufada. Era una Siam, me dijo
Samantha, de esas sin freezer , que les duraron cuarenta años a las familias, hechas para durar toda la vida.
Como el hijo había desaparecido hacía un par de años, cuando
Clara murió, las vecinas dispuestas (Samantha lo dijo y yo lo pensé) fueron a
limpiar la casa y seguramente a ver si había algo que les servía, de
preferencia efectivo.
Yo interrumpi a Samantha diciendo que me parecía bien que se
llevaran lo que había. Clara no me
llamaba a la piedad, y si no eran ellas, que le habían alcanzado caldo y le
habían hecho los mandados cuando el cáncer la había colonizado de arriba para
abajo, las cosas se la iban a llevar esquivos parientes lejanos,o el hijo
desaparecido, una vez concretado el
velorio. Estas los primeriaron y tuvieron que cargar con el horror.
Romper la cadena tuvo lo suyo,después de buscar la llave por
todos lados. (La llave apareció cuando
levantaron el colchon pero ya la cadena
estaba rota con una herramienta como una tijera de podar enorme-
Adentro había muchos
frascos, de mermelada,de mayonesa, de Nescafé.Todos tenían fetos en formol.
Se contaron 84 fetos, pequeños
,con su ojo en formación.
Achicharrados por el tiempo tenían etiquetas desvaídas,
donde si te esforzabas podias leer su nombre.
Las vecinas hicieron un pozo grande y vaciaron los frascos ahí.
Alguna habrá rezado.
Ahora dicen que a la noche se ven animas. Y la casa nunca
pudo venderse. La terminaron llamando “la casa de los angelitos”