decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de sirena era el que más me convenía
domingo, 28 de febrero de 2010
la musica de Julieta.
Julieta es mi profesora de danza contemporanea.
Y me pone tango electronico, que para mi es como decir sabueso mecanico, animal de hoja, mixtura for export.Sin embargo no.
Sin embargo, cierro los ojos, muevo musculos muertos o moribundos y que ademas duelen como la puta que lo pario y se que soy una pesima alumna y por con el aire con color verde que hago entrar de mi nariz hasta las extremidades,entra el sonido de mi tierra, entra tango electronico.
Aprendiendo de pibitas, podria llamar este post.
Julieta se las agarra, buenamente, con mis hombros y me los hace bajar, me quiere menos crispada...y el tanto electronico se desliza poniendo aire entre mis costillas, haciendo espacio,...
gracias Julieta.Y si ustedes me ven por ahi, caminando mas armonizada, es por el tango electronico, no por el vodka.
Y me pone tango electronico, que para mi es como decir sabueso mecanico, animal de hoja, mixtura for export.Sin embargo no.
Sin embargo, cierro los ojos, muevo musculos muertos o moribundos y que ademas duelen como la puta que lo pario y se que soy una pesima alumna y por con el aire con color verde que hago entrar de mi nariz hasta las extremidades,entra el sonido de mi tierra, entra tango electronico.
Aprendiendo de pibitas, podria llamar este post.
Julieta se las agarra, buenamente, con mis hombros y me los hace bajar, me quiere menos crispada...y el tanto electronico se desliza poniendo aire entre mis costillas, haciendo espacio,...
gracias Julieta.Y si ustedes me ven por ahi, caminando mas armonizada, es por el tango electronico, no por el vodka.
sábado, 27 de febrero de 2010
fotos de buenos aires en un you tube. Todo lo que diga esta de mas.
la cancion la postie otra vez. No se trata de insistir,pero ahora tengo la excusa de las fotos del pais, algunas de la ciudad de la furia.
Ademas creo que los post viejos sirven menos que un papel de diario, con el que envolvés la peladura de las papas.
Ana Belen, me la acuerdo de una vieja pelicula española de Saura, era una niña que se agarraba los dedos con un cajon a proposito para sentir ¿dolor? Creo que era Ana y los lobos, (los lobos eran sus tios militar, religioso ..y no me acuerdo el tercero)
Bueno: la patria, anabelen, y la cancion de fito.
post scriptum: ahora se me mezclan ana y los lobos, con cria cuervos, y Ana Belen, con Ana Torrent. Porca miseria.
Ademas creo que los post viejos sirven menos que un papel de diario, con el que envolvés la peladura de las papas.
Ana Belen, me la acuerdo de una vieja pelicula española de Saura, era una niña que se agarraba los dedos con un cajon a proposito para sentir ¿dolor? Creo que era Ana y los lobos, (los lobos eran sus tios militar, religioso ..y no me acuerdo el tercero)
Bueno: la patria, anabelen, y la cancion de fito.
post scriptum: ahora se me mezclan ana y los lobos, con cria cuervos, y Ana Belen, con Ana Torrent. Porca miseria.
viernes, 26 de febrero de 2010
sorpresas nos da la vida.
Juan Ramon Jimenez escribia poemas eroticos.
Padecia una gran depresion y se terminaba cogiendo a la esposa del director medico del Hospicio. Iba a un convento por la depresion machaza que tenia, y curtia con las monjas.
Muchas mujeres, entre la depresion y la oscuridad del alma.
Aca un poema erotico, dedicado a una monja que a fuer de pasiones, termino siendo trasladada de convento.
Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas
de la impetuosa voluntad de mi deseo
se refugiaba en un rincón, como una gata...
pero sus uñas eran más dulces que mis besos...
Y en la proximidad ardiente del placer de su carne
me incendiaba el olor de todos sus secretos...".
Toma mate con Platero y yo.
Padecia una gran depresion y se terminaba cogiendo a la esposa del director medico del Hospicio. Iba a un convento por la depresion machaza que tenia, y curtia con las monjas.
Muchas mujeres, entre la depresion y la oscuridad del alma.
Aca un poema erotico, dedicado a una monja que a fuer de pasiones, termino siendo trasladada de convento.
Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas
de la impetuosa voluntad de mi deseo
se refugiaba en un rincón, como una gata...
pero sus uñas eran más dulces que mis besos...
Y en la proximidad ardiente del placer de su carne
me incendiaba el olor de todos sus secretos...".
Toma mate con Platero y yo.
jueves, 25 de febrero de 2010
NO ME IMPORTA NADA
NO ME IMPORTA QUE SE HAYA MUERTO ANTES DE QUE YO NACIERA. NO ME IMPORTA QUE FUERA HOMOSEXUAL, O QUIZA AUN MISOGINO, NO ME IMPORTA QUE NO HAYA SIDO TAN BUEN ACTOR,QUE TENGA EDAD PARA SER SU MADRE.
a mi, dame a James Dean, que no me importa nada de nada.
a mi, dame a James Dean, que no me importa nada de nada.
me gustan los tipitos, me gusta (a veces)calamaro, me gusta mucho mil horas
Los tipitos me dicen peatonal villa gessell, mil horas me dicen vos sos una estrella.
miércoles, 24 de febrero de 2010
Ejemplo de amores perros:un cuento argentino de Abelardo Castillo.
Capítulo para Laucha
La noté rara, o diría: ansiosa. Como quien teme algo, algún acontecimiento desagradable que, de todos modos, va a sobrevenir. Le pregunté qué le pasaba. Con agresividad dijo que no le pasaba nada. Altanera, pensé; como siempre. Doña Isabel mientras tanto hablaba con alegría, mirándome como a un resucitado y diciendo "la nena" cada vez que nombraba a Laura, recordándome cosas de cuando éramos chicos, cosas que yo no recordaba, y otras que sí, pero que me hubiera gustado no recordar. Laura miró una vez más el reloj, aquel enfático reloj de pared, su rococó apócrifo, labrado en cedro; reloj que tenía una historia que he olvidado, donde había una abuela italiana, la guerra, un casamiento. Cuando tu madre se fue y te enfermaste, estaba diciendo ahora doña Isabel, las noches que pasé en vela, cuidándote. Se acuerdan de cuando jugaban a los novios, preguntó de golpe, y yo pensé quién me habrá mandado venir. Laura dijo:
–Pero mamá.
–Qué tiene, che –dijo doña Isabel. Y el che me golpeó brutalmente en el oído, y a Laura también; es decir, a ella le golpeó a través de mí, de mi gesto quizá–. Al fin de cuentas eran chicos.
–¿Te acordás de la máquina de cine? –pregunté yo.
Laura sonrió apenas y dijo que sí. Una caja de zapatos, dos carreteles de hilo Corona. Un mecanismo delicado. Había una manivela. Pegábamos en largas tiras las historietas. El pato Donald. Las pasábamos en el cuartito, con las caras juntas. Dijo rápidamente:
–Todavía tengo una.
–Una qué.
–Una historieta.
–No.
–Sí.
Se reía, por fin. Las caras juntas, pensé, cuando éramos chicos; y una siesta, las manos también juntas en la penumbra del cuartito. Si quiero te beso, había dicho ella, Laura, que aquella vez dejó de reír súbitamente, como ahora, porque aquella vez yo había dicho que las mujeres y los varones son distintos y porque ahora me acordé de lo que ella respondió entonces y dije:
–Mostrame.
Laura se echó hacia atrás, miró instintivamente a doña Isabel y no atinó más que a decir "qué". La historieta, dije yo. Doña Isabel me dio un mate.
–¿Tomás?
–Claro. Cómo no voy a tomar.
–Y, como ahora sos escritor. Miralo, quién iba a decir. Pero siempre te gustó la redacción. ¿Te acordás, nena, cómo le gustaba la redacción al Cacho?
–Te voy a buscar la historieta –dijo Laura.
Estaba saliendo de la cocina cuando se quedó rígida; las dos voces, la mía y la de doña Isabel, se cruzaron en el aire. Yo había dicho: Te acordás del Fosforito, de Oscar. Y doña Isabel: Ya que vas, trae las fotos.
–Qué fotos –dijo Laura, de espaldas.
–¿Cómo qué fotos? Las fotos. Cada día estás más boba, vos.
Laura salió.
–Fosforito –repetí–. Tan pelirrojo; era bueno. Qué se hizo.
Doña Isabel se reía. Una risa misteriosa y antigua. Como cuando éramos chicos y nos tenía preparada una sorpresa. Como cuando me regaló los guantes de boxeo una tarde de cumpleaños, tarde en que nos pusimos de acuerdo con Laura para hacerlo venir a casa al pelirrojo porque el día anterior él le había dicho: "Che, Laucha, cómo estás creciendo", y le quiso tocar el pecho. "Cómo, tocar", le había preguntado yo, y Laura, tomándome una mano y apoyándola en su blusa dijo que así no, que él no había alcanzado a hacer esto, y la mano quedó ahí mientras hablábamos. Y durante muchas tardes yo seguí preguntando: "Pero, cómo." Laura entonces volvía a repetir el gesto y yo abandonaba la mano blandamente, mano que después ya no necesitaba excusas porque era una especie de juego o de ceremonial a la hora de la siesta, en el cuartito del fondo, donde estaban el baúl del Capitán Kidd y la vieja cama del abuelo sobre la que Laura se recostaba para contarme cualquier cosa del colegio o de la calle, mientras yo, sentado muy en el borde, fingía arreglar con una sola mano la descompuesta máquina de cine. Un mecanismo delicado.
–Se acuerda de la paliza que le pegué –dije. Doña Isabel, enigmática, se reía, evocando quizá a dos chicos que en una mano tenían un guante de box, y en la otra envuelto un trapo: A no pegarse fuerte, decía el estúpido–. Te acordás, Laura, de cuando lo hicimos boxear al Fosforito –dije ahora hablando alto hacia el patio.
Laura no respondió.
–¿Por qué se pelearon? –preguntó doña Isabel–. Mira que eras camorrero, vos.
–Hace tanto –me reí. Laura entró en la cocina.
–No la encontré –dijo–. Debe estar en el baúl. Del baúl te acordás.
Lo dijo de un modo que, al principio, no entendí. O quizá sí entendí.
–Mi baúl del escarabajo de oro. El cofre del capitán Kidd. Dónde está ahora.
–Allá –dijo Laura–. Donde siempre.
Hubo un silencio muy tenso, cargado de veranos a la hora larga de la siesta. Nos miramos. Iba a decir que me gustaría verlo; pero ella, y entonces recordé que siempre se me adelantaba, dijo con voz indiferente:
–Querés verlo.
–Bueno. Me levanté.
–Mostrale las fotos –dijo doña Isabel. El patio; la parra.
–Qué fotos –oí mi propia voz, hablando por decir algo.
–Sí, qué sé yo –dijo ella.
Caminábamos muy juntos. La pileta, la escalinata.
–La escalinata –dije–. Acá nos casamos, te acordás.
Su risa, demasiado fuerte. Casi desagradable. Hice un esfuerzo brutal por no escucharla; una risa chocante, tan artificial que estuve a punto de volverme a la cocina. Repetí que ahí, a los ocho años, nos habíamos casado.
–Abelardo –dijo ella.
Me sorprendí. Siempre que oigo mi nombre me sorprendo; siempre que lo pronuncian los que pertenecen a mi pasado, a la época en que yo era el Cacho, no éste. Suena tan falso, por lo demás.
–¿Qué? –pregunté.
–Nada. Abelardo; suena raro. Cacho –dijo de pronto, riendo como una chiquilina–. Cacho cacho.
–Laucha –murmuré.
–Tengo la piedra –dijo.
–Súbase al techo –respondí.
–Diga cuarenta.
–Piense en un perro.
–Déme una estrella.
–Cómase un dedo.
–Tráigame peras –dijo.
–Te quiero mucho.
Hablé secamente. Me miró; dijo con seriedad:
–Perdiste –e intentó reír.
–Te quiero mucho.
Entramos en el cuarto y encendió la luz.
–Ahí está. El baúl; míralo.
Yo no miraba el baúl. Deliberadamente le miraba los labios.
–Por favor –dijo.
–El baúl, sí. Está igual. Qué te pasa. –Me senté en el viejo catre y la miraba. –Qué te pasa.
Estábamos a cuatro o cinco pasos de distancia; cuando estuvimos a uno, me levanté. Nos quedamos así, a un paso. Creo que dijo algo, como si dijera que no; pero yo no me había movido y ahora estábamos tocándonos, frente a frente, con los brazos caídos a los costados del cuerpo. Pensé que esta vez el nuevo gesto iba a ser mío. Tanto como para que no se sienta culpable, pensé.
Desde la cocina llegó, destemplada por el esfuerzo, la voz de doña Isabel.
–Laura –llamó–. Vengan a ver quién vino.
Laura, inexpresivamente, o acaso con desafiante sequedad, pero como si no se dirigiese a mí, dijo, mirándome, a unos centímetros de mi cara:
–Mi prometido.
Yo sentía ahora, en mis dedos, su anillo. Supe también, antes de que la otra voz llegara desde la cocina, que se trataba de él. Casi me río.
–Cachuzo –me gritaba Fosforito–. Capitanazo. Hice a un lado la cara. Sin levantar la voz, dije:
–Voy.
En la mitad del patio nos encontramos. El me dio la mano, mientras besaba a Laura; después, me abrazó. Empujándome un poco por los hombros echaba el cuerpo hacia atrás, para verme mejor. Se calmó, por fin. Dijo que venía molido.
–El laburo, sabes. Trabajo en el taller de Bruno. Te acordás del Bruno, el que se le fue la vieja –se interrumpió–. Uy, perdóname.
Laura había alcanzado a decir:
–Oscar.
Él, creyendo que lo importante era mi madre, repitió:
–Disculpa, viejo. Y, qué tal estás. Mama mía qué pinta de bancario tenes. De qué trabajas.
–De todo un poco –dije.
–Qué vago, Dios mío –sacudía la cabeza; nos había pasado el brazo por los hombros–. Éste sí que siempre fue un vago. Te acordás, flaco. Nunca quería ir a robar caramelos a lo del gallego –esto último se lo había dicho a Laura; ahora me miraba–. El gallego murió, sabes. Un cáncer al pescuezo. Nunca quería ir a robar y después se quedaba con los mejores caramelos. Al que lo vi el otro día fue al ruso, a Burman. Por ahí tengo la tarjeta; es médico. Y se acordaba de los carritos de rulemanes y todo. Te acordás de las carreras en la bajada, y en el zanjón, contra los Indios de Floresta, cuando un indio te empujó a la pasada que casi te matas en la barranca y después le encajaste esa pina, mi madre, y que después les quemamos todos los carritos. Se hacía respetar éste. Y con la cara que tenía, que siempre parecía venido del colegio de curas. –Entramos en la cocina; doña Isabel le alcanzó un mate. Había preparado tres vasos con Cinzano. Nos miraba a los tres con un gesto de casi incredulidad; como si pensara que la vida, a pesar de todo, puede ser hermosa. –Y la paliza que me diste, te acordás. Se acuerda, mami, qué paliza.
Me sentí agredido. Como si debajo de aquella sonrisa candorosa, de aquella pureza brutal, se ocultara veladamente una amenaza. Fue una impresión brevísima; o quizá no fue más que un deseo; la necesidad de odiar aquel candor que casi me impidió mirar los ojos de Laura cuando ella me alcanzó el vaso con Cinzano, y que obligó a mis dedos, como si los estuviera tocando un cable eléctrico, a realizar un esfuerzo para quedarse ahí, rodeando el vaso: sintiendo el contacto de la mano de Laura. De todas maneras, acepté despreciarme; pero más tarde, cuando me fuera de aquella casa cruzando la placita Martín Fierro, o algún día, cuando decidiera escribir que sí, que dejé mis dedos un segundo más de lo necesario, porque mientras él hablaba, riéndose, diciendo que todo al fin de cuentas había sido por un chiste, yo dejé mis dedos un segundo más de lo necesario y volví a recordar mi pregunta "cómo, tocar" y levanté los ojos y miré los de Laura.
–Qué diferencia con ahora, eh vieja. –Él se había dado vuelta y se lavaba la cara y las manos en la pileta de la cocina. –Tanto lío por eso. Si es ahora, a cañonazos teníamos que agarrarnos. –Se rió; con gesto infantil, miró a doña Isabel de reojo: ella estaba abstraída, tratando de pinchar una aceituna, y él volvió a reírse. Cerró la canilla. –¿Y lo despreciativa que era ésta? No hablaba con casi nadie. –Juntando los dedos, los abrió de golpe, salpicándola divertido. –Lo que es si no te engancho yo, vieja, quién se casaba con vos, decime. Pero oíme, qué te pasa. Qué te enojas, che: no sabes aceptar ni una broma. Dame la toalla.
Laura salió; al volver traía la toalla y una gran caja rectangular. Con fotos. Y un álbum.
Dije que tenía que irme. Pero Laura, implacable, abrió la carpeta y desparramó las fotos sobre la mesa; dijo que no podía irme sin esperarlo a don Carlos, al padre, que ya debía de estar por llegar del almacén, porque antes de cenar juega como siempre su partida de tute, y toma su Cinzano al volver, y no se cuida para nada de la presión. Me fui sin verlo, de todos modos. Pero recuerdo su cara colorada, sonriendo, asomada detrás del hombro de la tía Angélica, en la foto que me alcanzó Laura. Y después, enorme, bailando con una doña Isabel con flores en la cabeza. Laura, su mano bajo la de Oscar, cortando la torta. Todos de pie, rígidos, enfrentando al fotógrafo. Laura sola. Oscar con doña Isabel, bailando muy separados. La mesa larga, dispuesta de modo que las botellas de cerveza quedaran ocultas por las de sidra. Los chicos de los vecinos, haciendo morisquetas; una mano, lejos, por encima de la cabeza de alguien, perpetuándose. Y Laura, cerrando de pronto el álbum, y su enorme y temible mirada parda. Me fui.
Pasé por la escuela de varones y por la tienda de las mellizas; estuve sentado en la placita Martín Fierro. Laucha, pensé. Y pensé que hay cosas que nunca debieran escribirse.
La noté rara, o diría: ansiosa. Como quien teme algo, algún acontecimiento desagradable que, de todos modos, va a sobrevenir. Le pregunté qué le pasaba. Con agresividad dijo que no le pasaba nada. Altanera, pensé; como siempre. Doña Isabel mientras tanto hablaba con alegría, mirándome como a un resucitado y diciendo "la nena" cada vez que nombraba a Laura, recordándome cosas de cuando éramos chicos, cosas que yo no recordaba, y otras que sí, pero que me hubiera gustado no recordar. Laura miró una vez más el reloj, aquel enfático reloj de pared, su rococó apócrifo, labrado en cedro; reloj que tenía una historia que he olvidado, donde había una abuela italiana, la guerra, un casamiento. Cuando tu madre se fue y te enfermaste, estaba diciendo ahora doña Isabel, las noches que pasé en vela, cuidándote. Se acuerdan de cuando jugaban a los novios, preguntó de golpe, y yo pensé quién me habrá mandado venir. Laura dijo:
–Pero mamá.
–Qué tiene, che –dijo doña Isabel. Y el che me golpeó brutalmente en el oído, y a Laura también; es decir, a ella le golpeó a través de mí, de mi gesto quizá–. Al fin de cuentas eran chicos.
–¿Te acordás de la máquina de cine? –pregunté yo.
Laura sonrió apenas y dijo que sí. Una caja de zapatos, dos carreteles de hilo Corona. Un mecanismo delicado. Había una manivela. Pegábamos en largas tiras las historietas. El pato Donald. Las pasábamos en el cuartito, con las caras juntas. Dijo rápidamente:
–Todavía tengo una.
–Una qué.
–Una historieta.
–No.
–Sí.
Se reía, por fin. Las caras juntas, pensé, cuando éramos chicos; y una siesta, las manos también juntas en la penumbra del cuartito. Si quiero te beso, había dicho ella, Laura, que aquella vez dejó de reír súbitamente, como ahora, porque aquella vez yo había dicho que las mujeres y los varones son distintos y porque ahora me acordé de lo que ella respondió entonces y dije:
–Mostrame.
Laura se echó hacia atrás, miró instintivamente a doña Isabel y no atinó más que a decir "qué". La historieta, dije yo. Doña Isabel me dio un mate.
–¿Tomás?
–Claro. Cómo no voy a tomar.
–Y, como ahora sos escritor. Miralo, quién iba a decir. Pero siempre te gustó la redacción. ¿Te acordás, nena, cómo le gustaba la redacción al Cacho?
–Te voy a buscar la historieta –dijo Laura.
Estaba saliendo de la cocina cuando se quedó rígida; las dos voces, la mía y la de doña Isabel, se cruzaron en el aire. Yo había dicho: Te acordás del Fosforito, de Oscar. Y doña Isabel: Ya que vas, trae las fotos.
–Qué fotos –dijo Laura, de espaldas.
–¿Cómo qué fotos? Las fotos. Cada día estás más boba, vos.
Laura salió.
–Fosforito –repetí–. Tan pelirrojo; era bueno. Qué se hizo.
Doña Isabel se reía. Una risa misteriosa y antigua. Como cuando éramos chicos y nos tenía preparada una sorpresa. Como cuando me regaló los guantes de boxeo una tarde de cumpleaños, tarde en que nos pusimos de acuerdo con Laura para hacerlo venir a casa al pelirrojo porque el día anterior él le había dicho: "Che, Laucha, cómo estás creciendo", y le quiso tocar el pecho. "Cómo, tocar", le había preguntado yo, y Laura, tomándome una mano y apoyándola en su blusa dijo que así no, que él no había alcanzado a hacer esto, y la mano quedó ahí mientras hablábamos. Y durante muchas tardes yo seguí preguntando: "Pero, cómo." Laura entonces volvía a repetir el gesto y yo abandonaba la mano blandamente, mano que después ya no necesitaba excusas porque era una especie de juego o de ceremonial a la hora de la siesta, en el cuartito del fondo, donde estaban el baúl del Capitán Kidd y la vieja cama del abuelo sobre la que Laura se recostaba para contarme cualquier cosa del colegio o de la calle, mientras yo, sentado muy en el borde, fingía arreglar con una sola mano la descompuesta máquina de cine. Un mecanismo delicado.
–Se acuerda de la paliza que le pegué –dije. Doña Isabel, enigmática, se reía, evocando quizá a dos chicos que en una mano tenían un guante de box, y en la otra envuelto un trapo: A no pegarse fuerte, decía el estúpido–. Te acordás, Laura, de cuando lo hicimos boxear al Fosforito –dije ahora hablando alto hacia el patio.
Laura no respondió.
–¿Por qué se pelearon? –preguntó doña Isabel–. Mira que eras camorrero, vos.
–Hace tanto –me reí. Laura entró en la cocina.
–No la encontré –dijo–. Debe estar en el baúl. Del baúl te acordás.
Lo dijo de un modo que, al principio, no entendí. O quizá sí entendí.
–Mi baúl del escarabajo de oro. El cofre del capitán Kidd. Dónde está ahora.
–Allá –dijo Laura–. Donde siempre.
Hubo un silencio muy tenso, cargado de veranos a la hora larga de la siesta. Nos miramos. Iba a decir que me gustaría verlo; pero ella, y entonces recordé que siempre se me adelantaba, dijo con voz indiferente:
–Querés verlo.
–Bueno. Me levanté.
–Mostrale las fotos –dijo doña Isabel. El patio; la parra.
–Qué fotos –oí mi propia voz, hablando por decir algo.
–Sí, qué sé yo –dijo ella.
Caminábamos muy juntos. La pileta, la escalinata.
–La escalinata –dije–. Acá nos casamos, te acordás.
Su risa, demasiado fuerte. Casi desagradable. Hice un esfuerzo brutal por no escucharla; una risa chocante, tan artificial que estuve a punto de volverme a la cocina. Repetí que ahí, a los ocho años, nos habíamos casado.
–Abelardo –dijo ella.
Me sorprendí. Siempre que oigo mi nombre me sorprendo; siempre que lo pronuncian los que pertenecen a mi pasado, a la época en que yo era el Cacho, no éste. Suena tan falso, por lo demás.
–¿Qué? –pregunté.
–Nada. Abelardo; suena raro. Cacho –dijo de pronto, riendo como una chiquilina–. Cacho cacho.
–Laucha –murmuré.
–Tengo la piedra –dijo.
–Súbase al techo –respondí.
–Diga cuarenta.
–Piense en un perro.
–Déme una estrella.
–Cómase un dedo.
–Tráigame peras –dijo.
–Te quiero mucho.
Hablé secamente. Me miró; dijo con seriedad:
–Perdiste –e intentó reír.
–Te quiero mucho.
Entramos en el cuarto y encendió la luz.
–Ahí está. El baúl; míralo.
Yo no miraba el baúl. Deliberadamente le miraba los labios.
–Por favor –dijo.
–El baúl, sí. Está igual. Qué te pasa. –Me senté en el viejo catre y la miraba. –Qué te pasa.
Estábamos a cuatro o cinco pasos de distancia; cuando estuvimos a uno, me levanté. Nos quedamos así, a un paso. Creo que dijo algo, como si dijera que no; pero yo no me había movido y ahora estábamos tocándonos, frente a frente, con los brazos caídos a los costados del cuerpo. Pensé que esta vez el nuevo gesto iba a ser mío. Tanto como para que no se sienta culpable, pensé.
Desde la cocina llegó, destemplada por el esfuerzo, la voz de doña Isabel.
–Laura –llamó–. Vengan a ver quién vino.
Laura, inexpresivamente, o acaso con desafiante sequedad, pero como si no se dirigiese a mí, dijo, mirándome, a unos centímetros de mi cara:
–Mi prometido.
Yo sentía ahora, en mis dedos, su anillo. Supe también, antes de que la otra voz llegara desde la cocina, que se trataba de él. Casi me río.
–Cachuzo –me gritaba Fosforito–. Capitanazo. Hice a un lado la cara. Sin levantar la voz, dije:
–Voy.
En la mitad del patio nos encontramos. El me dio la mano, mientras besaba a Laura; después, me abrazó. Empujándome un poco por los hombros echaba el cuerpo hacia atrás, para verme mejor. Se calmó, por fin. Dijo que venía molido.
–El laburo, sabes. Trabajo en el taller de Bruno. Te acordás del Bruno, el que se le fue la vieja –se interrumpió–. Uy, perdóname.
Laura había alcanzado a decir:
–Oscar.
Él, creyendo que lo importante era mi madre, repitió:
–Disculpa, viejo. Y, qué tal estás. Mama mía qué pinta de bancario tenes. De qué trabajas.
–De todo un poco –dije.
–Qué vago, Dios mío –sacudía la cabeza; nos había pasado el brazo por los hombros–. Éste sí que siempre fue un vago. Te acordás, flaco. Nunca quería ir a robar caramelos a lo del gallego –esto último se lo había dicho a Laura; ahora me miraba–. El gallego murió, sabes. Un cáncer al pescuezo. Nunca quería ir a robar y después se quedaba con los mejores caramelos. Al que lo vi el otro día fue al ruso, a Burman. Por ahí tengo la tarjeta; es médico. Y se acordaba de los carritos de rulemanes y todo. Te acordás de las carreras en la bajada, y en el zanjón, contra los Indios de Floresta, cuando un indio te empujó a la pasada que casi te matas en la barranca y después le encajaste esa pina, mi madre, y que después les quemamos todos los carritos. Se hacía respetar éste. Y con la cara que tenía, que siempre parecía venido del colegio de curas. –Entramos en la cocina; doña Isabel le alcanzó un mate. Había preparado tres vasos con Cinzano. Nos miraba a los tres con un gesto de casi incredulidad; como si pensara que la vida, a pesar de todo, puede ser hermosa. –Y la paliza que me diste, te acordás. Se acuerda, mami, qué paliza.
Me sentí agredido. Como si debajo de aquella sonrisa candorosa, de aquella pureza brutal, se ocultara veladamente una amenaza. Fue una impresión brevísima; o quizá no fue más que un deseo; la necesidad de odiar aquel candor que casi me impidió mirar los ojos de Laura cuando ella me alcanzó el vaso con Cinzano, y que obligó a mis dedos, como si los estuviera tocando un cable eléctrico, a realizar un esfuerzo para quedarse ahí, rodeando el vaso: sintiendo el contacto de la mano de Laura. De todas maneras, acepté despreciarme; pero más tarde, cuando me fuera de aquella casa cruzando la placita Martín Fierro, o algún día, cuando decidiera escribir que sí, que dejé mis dedos un segundo más de lo necesario, porque mientras él hablaba, riéndose, diciendo que todo al fin de cuentas había sido por un chiste, yo dejé mis dedos un segundo más de lo necesario y volví a recordar mi pregunta "cómo, tocar" y levanté los ojos y miré los de Laura.
–Qué diferencia con ahora, eh vieja. –Él se había dado vuelta y se lavaba la cara y las manos en la pileta de la cocina. –Tanto lío por eso. Si es ahora, a cañonazos teníamos que agarrarnos. –Se rió; con gesto infantil, miró a doña Isabel de reojo: ella estaba abstraída, tratando de pinchar una aceituna, y él volvió a reírse. Cerró la canilla. –¿Y lo despreciativa que era ésta? No hablaba con casi nadie. –Juntando los dedos, los abrió de golpe, salpicándola divertido. –Lo que es si no te engancho yo, vieja, quién se casaba con vos, decime. Pero oíme, qué te pasa. Qué te enojas, che: no sabes aceptar ni una broma. Dame la toalla.
Laura salió; al volver traía la toalla y una gran caja rectangular. Con fotos. Y un álbum.
Dije que tenía que irme. Pero Laura, implacable, abrió la carpeta y desparramó las fotos sobre la mesa; dijo que no podía irme sin esperarlo a don Carlos, al padre, que ya debía de estar por llegar del almacén, porque antes de cenar juega como siempre su partida de tute, y toma su Cinzano al volver, y no se cuida para nada de la presión. Me fui sin verlo, de todos modos. Pero recuerdo su cara colorada, sonriendo, asomada detrás del hombro de la tía Angélica, en la foto que me alcanzó Laura. Y después, enorme, bailando con una doña Isabel con flores en la cabeza. Laura, su mano bajo la de Oscar, cortando la torta. Todos de pie, rígidos, enfrentando al fotógrafo. Laura sola. Oscar con doña Isabel, bailando muy separados. La mesa larga, dispuesta de modo que las botellas de cerveza quedaran ocultas por las de sidra. Los chicos de los vecinos, haciendo morisquetas; una mano, lejos, por encima de la cabeza de alguien, perpetuándose. Y Laura, cerrando de pronto el álbum, y su enorme y temible mirada parda. Me fui.
Pasé por la escuela de varones y por la tienda de las mellizas; estuve sentado en la placita Martín Fierro. Laucha, pensé. Y pensé que hay cosas que nunca debieran escribirse.
pupilas lejanas

Tiempo al tiempo tengo que esperar,es la idea, y suele condenar
Tu mirada vuelve a penetrar mis pupilas lejanas
A ver si todo acaba aquí.
No me dejes morir así,, no me dejes caer en la trampa.
Veo tú sombra contra la pared.¿Donde estoy, adonde es mi lugar?.
Un paredón, me vienes a buscar:tu venganza mi alcanza:
... a ver si todo acaba aquí.
Sé que ya de todo se ha dicho,que mi andar ya no es igual,
que mis penas son tú condena, que mis ojos son la frialdad.
Sé que has dado justo en mi pecho munición a voluntad
Déjame salir de este encierro, no soy tú chica ni tú verdad.
martes, 23 de febrero de 2010
mujer que espera
Tu, darling,¿ sabes que ?
te espero en el Lexington Hotel.
Me pintaré los labios de rojo
como si fuera una starlet
y haré todos tus vicios
en el Lexington Hotel.
Ven, darling
te invito a tomar
martinis excesivamente secos
que pediremos por telefono,
just firmando bills del
Lexington Hotel.
Ahora, darling, my honney, vamos te digo, caprichosamente
quiero estar en el balcon:
ven, adoro preocuparte balanceandome
en la baranda
haciendo piruetas peligrosas
y tu, baby, quedaras prendado de mis larguisimas piernas
tan largas como un mal sueño,
vestida con mi vestido strapless
que tu, litle bunny, me mandaste en caja con moñas,
comprado en negocios donde fatigan serviles vendedoras
atendiendo prestas
confirmando que si no se aplicaran enought
perderian el trabajo,
Me ha traido la caja con moñas
un maitre de bigote latino, que me miraba con deseo.
Ven,hay hightmoon in the darkness
Solo diré palabras como darling, my honney, pretty bear
y sere frivola y peligrosa
y acordes de saxo temblequearan en los neones que reflejan los espejos
del pent house del Lexington Hotel
Y definitivamente me haras tuya oh honney oh my pretty love
enredado en el raso blanco de mi bata
desnuda, blanca, transparente
fragil, liviana,
vacia como una botella vacia
nada sere
no serè yo
juro que no serè yo
esta noche no sere yo
blue moon en el vacio de mis ojos y en el brillo de tu texido rentado
cocaina en los espejos, billetes de dos mil dolares haciendo canutos
gilletes azules
que reflejan la bocacalle, el rio
la turbiedad de los barrios
tan sola
en el Lexington
oh darling
oh my love
lonely nuevamente
dont let me down
nunca mas
crying
sola
jamas
lunes, 22 de febrero de 2010
La educacion sexual.

Ese dia hablaban en secreto y si bien me hacia la otaria, me metí en el medio hasta que Cara de Cebolla me dice - che, vos estas avivada?
- Claro....
- ¿y que sabes?- dijo Stellita, haciendole la segunda, como siempre, a Cara de Cebolla
Yo tenia miedo de meter la pata. Pero no me iba a tirar abajo.
- Se lo de como llegan los bebes, por abajo. y lo de la noche de bodas.
El efecto fue inmediato. Cara de cebolla arqueó su única ceja (que iba de sien a sien) y su labio superior tremolaba como la bandera argentina. Habia picado. Stellita la miraba pidiendo instrucciones.
- ¿Noche de bodas? Que hay con la noche de bodas?
- Ups, me tengo que ir a tomar la leche.
Y saltando me fui para adentro. Al rato mi mamá, siempre pensando en sus cosas, que estaba regando los malvones entra y me dice.
- Che, Tere, te vinieron a buscar las chicas de la cuadra.
Mi madre no habia advertido lo inusual de la situacion. Cara de Cebolla o mejor dicho Beti del Prato y la tanita Stella Maris Marchiotti venian al pie.a buscarme a mi casa
- Venite antes de que llegue tu padre,- mi madre siempre decia eso, como si cada noche tuviera que dar cuenta de lo que habia gastado, de lo que habia limpiado, de sus tareas de madre.
Cara de cebolla y Stellita estaban tan avidas de saber que un hilo de baba parecia escurrirse de los labios.
- Y que sabes de la noche de bodas, ¿quien te dijo?
- Mi prima de paternal vive en una peluqueria- Mi tia tiene una peluqueria y ahi se cuentan todo las mujeres y ella me conto. La pelota estaba en mis pies, hacer el gol era cosa de habilidad, casi lo tenia servido.
Y entonces, dosificando los tiempos, como un concertista, empece a contar del medico.
Casi gastandome Cara de cebolla dice que tiene que ver el medico.
- Cuando una se va a casar, tiene que ir al medico, para que le diga todo. Por ej. que dia se tiene que casar para no estar con el asunto. Fijate si te casas y estas con eso. Que desastre.
Cara de cebolla y Stella afirmaban con la cabeza comprendiendo la gravedad de la cuestión, nunca se les habia ocurrido hasta que yo llevaba la luz del saber. Yo misma me quede pensando y luego, reduplique la apuesta.
- Ademas tenes que estar preparada, por el dolor.
Las chicas fruncian la cara imaginandose ese dolor que te partia en dos, Dios mio, tener que pasar por eso, por la luna de miel. Las tres nos quedamos pensando en el dolor. Y en la importancia de que el novio sea alguien con mucha experiencia, suave. Era como si te tuvieran que operar sin anestesia.Asi era, despues tener un hijo iba a ser una pelotudez.
- Algo mas? Yo ya habia ganado mi espacio. Cara de cebolla estaba conforme con lo del medico y lo del asunto. Peero yo guardaba en mi manga el as que me iba a dar la consagracion definitiva.
-Si, lo de la sidra. Es asi, escuchenme bien: El novio agarra tu zapato de novia, le pone sidra, lo llena y despues te tira la sidra en los pechos y toma la sidra de ahi. Se llama "la cascada". Y es importante estar preparada para el asunto.
Stellita, que era un poco lenta, trataba de seguir el trayecto desde el zapato a las tetas. Cara de cebolla, me miraba con incredulidad.
- Dale, que va a poner sidra en el zapato, se arruina.
Mis argumentos eran muy solidos.
- Los zapatos de novias se usan nada mas que en la fiesta. Y despues hace cascada del zapato al cuerpo de la mujer.
Stellita seguia colgada.¿Y eso para que?, Yo no tenia idea para que poner sidra en las tetas, te mojas toda y no se cual es el beneficio, pero no iba a recular, no ahora, no en este momento en que me seguian luces de reflector.
Rogaba al angel de la guarda que no me preguntaran por si la novia usaba sandalias, o zapatos sin punta. Pero no se dieron cuenta y no iba a darles argumentos.
- Por que es sexual. Y ademas la novia le agarra el pito con la mano, dije, sonriendo con el gol del desempate a los 45 minutos del segundo tiempo.
Las dos se olvidaron de la sidra y el zapato y se concentraron en esta novedad.
¡que asco! exclamaron,como si fuera la unica respuesta posible,como cuando uno se da un martillazo en el dedo y dice automaticamente "laputaquelospario".
No, dije yo, no es un asco. En la peluqueria todas se reian. Es lindo.
Y asi, las tres nos quedamos pensando, en la sidra, en la cascada,y en el medico que te tiene que decir en que dia te tenes que casar.
Avivada a mi.
domingo, 21 de febrero de 2010
una cosa light, por fin, en este blog torturante.
Bien, tu hiciste me hiciste y puedes apostar que lo sentí
Trate de estar fría pero sos tan caliente que me derrito
caí justo en las grietas,
y estoy tratando de volver
antes que el frío se acabe
estaré dando mi mejor prueba
Y nada va a detenerme
por intervención divina
reconozco que es otra vez
mi turno para ganar algo
o aprender algo
Pero no quiero esperar mas, no mas
no puedo esperar, Soy tuya
Bueno abre tu mente
y mira, como yo
extiende tus planes y carajo, sos libre
Busca dentro de tu corazón y encontraras amor amor amor amor
escucha la música en su momento y quizás canta conmigo
ah! todas las melodías pacificas
Es tu derecho divino ser
amado amor amado amor amado
Por eso no quiero esperar mas, no mas
no puedo esperar estoy segura
No hay necesidad de complicar
nuestro tiempo es corto
esto es nuestra suerte, soy tuya
He estado gastando durante mucho tiempo viendo mi lengua en el espejo
y siendo honesta solo para verlo claro
pero mi aliento empaña el vidrio
y por eso dibujo una nueva cara y rió
supongo que lo que quiero decir es que
no hay mejor razón
que deshacerte tu vanidad e ir sola con las estaciones
es lo que nosotros tratamos de hacer
nuestro nombre es nuestra virtud
sábado, 20 de febrero de 2010
una fotografa de estos tiempos dificiles

Fotografió el sida, la sexualidad devastada, la indiferenciacion, la desolacion.La gente de goldin esta junta pero no parece feliz.
Una Hooper con camara y ademas con fotos donde juntarse no asegura que la soledad no haga su labor.
unas pocas fotos que vi, me alcanzan para construir la hipotesis de que no le fue facil la vida.
A nadie le es.
Take it easy.
domingo, 14 de febrero de 2010
ulises el impostor, haciendole un feo a las sirenas. (Kafka)
El silencio de las sirenas
Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación.
He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo
Franz Kafka, Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924
Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación.
He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo
Franz Kafka, Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924
azulejos bizarros, nale roxlo y corazon coraza para darme el gusto
Por si ud. tomo el camino errado , le cuento que este blog es uno mas donde se trata del erotismo (podria poner las pasiones, pero erotismo tiene otra pertinencia) y tambien de la tarea de envejecer siendo la que se es y no transformandose en otra cosa.Tematicas de borde, siempre con el riesgo de lo empalagoso, el lugar comun, lo bizarro.
Me encanta la palabra bizarro por que tiene que ver con lo inadecuado, lo excesivo, lo incomodante. No se por que el himno Mi bandera (aqui esta la bandera esplendorosa, que en la batalla tremolo triunfal y llena de orgullo y bizarria en san lorenzo -bueno, no me acuerdo que hizo en San Lorenzo, que quiere).Ademas un himno que usa el verbo "tremolar", merece ser olvidado. Y ahi "bizarria" parece querer decir elegancia o vaya a saber que, por que el que usa tremolar como verbo y la palabra esplendorosa, puede usar el significante bizarro para significar cualquier banana.
Hablando de bizarro, en la casa donde fui de vacaciones habia colgado este azulejo, bastante naif y sin embargo que puede forzar una lectura politica, por que los barqueros no caen bajo el influjo sirenil, advierta ud. que la lucha por la vida les impide sucumbir a cantos de sirenas, por mas melodiosos que sean
Estuve buscando un texto para acompañar semejante azulejo, para algo este blog se llama sirenas ahogadas en stolichnaya.
Lei entonces un pequeño relato de exilio de Benedetti, La Sirena Viuda, el estilo era pobre,como de estudiante de secundaria creído, y eso que Benedetti me gusta y te puedo recitar corazon coraza de memoria y por que te tengo y no, por que te pienso, por que la noche esta de ojos abiertos, por que la noche pasa y digo amor...etc.
Y di entonces con un poema de Conrado Nale Roxlo, que nacio hace mas de 100 años y era un bont vivant, en sus tiempos tan inocentes. Poema tristongo, y desconocido, ya que nadie lee a Nale Roxlo, como nadie lee a esos tipos muy conocidos y que el paso de los años lleno de polvo y sus libros no se venden en las casas de usados, y quedan en los anaqueles esperando lectores que nunca llegaran (digo, que se yo, Silvina Bullrich, Gudiño Kieffer, inclusive a Dalmiro Saenz que esta vivo y supo ser bestseller y tapa de Gente y creo que tiene unos cuentos bastante decentes, como los de setenta veces siete, y no se por que vinieron a mi cabeza tres garcas, sera por que en un punto me parece bien que hayan sido olvidados y seguro no soy justa)
"Va la sirena muerta por el río
con una flecha al corazón clavada,
y desde la ribera desolada
mis lágrimas la siguen por el río.
Mía no fue, pero fue un sueño mío.
¿Quién la devuelve al mar asesinada?
¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada?
¿Dónde perdió su corazón y el mío?
¿En qué arrecife de coral distante
irá a encallar su frágil hermosura?
Con ella encallará mi sueño amante.
Y del dardo mortal la pluma oscura
indicará en la tarde al navegante
que allí tiene la mar más amargura".
Pero al final de cuentas, tambien el corazon coraza podria ser motivo de este post, por que el tipo esta atado de pies y mano, como solo te atan los amores perros, y ella, (en el Gracias por el fuego), ella es inalcanzable y el se mata, por que no es que ella no le de bola, sino por que a la vida del pobre Ramon Budiño se le derritio el sentido y entonces hermano, no te salva ni una sirena.
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.
Me encanta la palabra bizarro por que tiene que ver con lo inadecuado, lo excesivo, lo incomodante. No se por que el himno Mi bandera (aqui esta la bandera esplendorosa, que en la batalla tremolo triunfal y llena de orgullo y bizarria en san lorenzo -bueno, no me acuerdo que hizo en San Lorenzo, que quiere).Ademas un himno que usa el verbo "tremolar", merece ser olvidado. Y ahi "bizarria" parece querer decir elegancia o vaya a saber que, por que el que usa tremolar como verbo y la palabra esplendorosa, puede usar el significante bizarro para significar cualquier banana.
Hablando de bizarro, en la casa donde fui de vacaciones habia colgado este azulejo, bastante naif y sin embargo que puede forzar una lectura politica, por que los barqueros no caen bajo el influjo sirenil, advierta ud. que la lucha por la vida les impide sucumbir a cantos de sirenas, por mas melodiosos que sean
Estuve buscando un texto para acompañar semejante azulejo, para algo este blog se llama sirenas ahogadas en stolichnaya.
Lei entonces un pequeño relato de exilio de Benedetti, La Sirena Viuda, el estilo era pobre,como de estudiante de secundaria creído, y eso que Benedetti me gusta y te puedo recitar corazon coraza de memoria y por que te tengo y no, por que te pienso, por que la noche esta de ojos abiertos, por que la noche pasa y digo amor...etc.
Y di entonces con un poema de Conrado Nale Roxlo, que nacio hace mas de 100 años y era un bont vivant, en sus tiempos tan inocentes. Poema tristongo, y desconocido, ya que nadie lee a Nale Roxlo, como nadie lee a esos tipos muy conocidos y que el paso de los años lleno de polvo y sus libros no se venden en las casas de usados, y quedan en los anaqueles esperando lectores que nunca llegaran (digo, que se yo, Silvina Bullrich, Gudiño Kieffer, inclusive a Dalmiro Saenz que esta vivo y supo ser bestseller y tapa de Gente y creo que tiene unos cuentos bastante decentes, como los de setenta veces siete, y no se por que vinieron a mi cabeza tres garcas, sera por que en un punto me parece bien que hayan sido olvidados y seguro no soy justa)
"Va la sirena muerta por el río
con una flecha al corazón clavada,
y desde la ribera desolada
mis lágrimas la siguen por el río.
Mía no fue, pero fue un sueño mío.
¿Quién la devuelve al mar asesinada?
¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada?
¿Dónde perdió su corazón y el mío?
¿En qué arrecife de coral distante
irá a encallar su frágil hermosura?
Con ella encallará mi sueño amante.
Y del dardo mortal la pluma oscura
indicará en la tarde al navegante
que allí tiene la mar más amargura".
Pero al final de cuentas, tambien el corazon coraza podria ser motivo de este post, por que el tipo esta atado de pies y mano, como solo te atan los amores perros, y ella, (en el Gracias por el fuego), ella es inalcanzable y el se mata, por que no es que ella no le de bola, sino por que a la vida del pobre Ramon Budiño se le derritio el sentido y entonces hermano, no te salva ni una sirena.
CORAZÓN CORAZA
Porque te tengo y noporque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.
sábado, 13 de febrero de 2010
miércoles, 10 de febrero de 2010
soñe que contaba el argumento de jane eyre
una huerfana contratada como institutriz que va a la casa de un hombre muy enigmatico y oscuro parecido al armenio aznavour
una casa enorme y aislada que tiene un ala prohibida donde hay una mujer borracha llamada berta.
la revelacion tardia de que la borracha cuida una loca
la loca quema el vestido de novia escapada del cuidado de la borracha y tambien casi quema toda la casa el dia que Jane Eyre se va a casar con el tipo raro y pasional y oscuro y enamorado parecido a aznavour.El unico dia que parece feliz los ojos de la loca y su risa siniestra le auguran un peligro mortal
La loca es la verdadera esposa de aznavour,que queria, pasado de amor, bigamear
la imposibilidad de que ese amor se concrete
Digame alguien porque ese argumento podia formar parte de la coleccion infantil de libros robin hood, tapas duras amarillas, que yo lei en mi tierna infancia, supongamos 11 años casi al final de los sesenta,yo leyendo un libro decimononico de la señora charlote bronte, traducida como Carlota Bronte, resumido y con ilustraciones.No vi la pelicula,pero alli esta en mi sueño, Jane Eyre trayendome un mensaje.
Es necesario que alguien me explique porque 40 años despues, sin haberlo releido jamas viene a mi sueño la imagen completa del argumento (seguramente deformado y con el personaje masculino hecho aznavour)a velarme el dormir...
Es que acaso no podia soñar con el Murakami, que estoy tratando de terminar hace unos dias, sin exito... Putos sueños
una casa enorme y aislada que tiene un ala prohibida donde hay una mujer borracha llamada berta.
la revelacion tardia de que la borracha cuida una loca
la loca quema el vestido de novia escapada del cuidado de la borracha y tambien casi quema toda la casa el dia que Jane Eyre se va a casar con el tipo raro y pasional y oscuro y enamorado parecido a aznavour.El unico dia que parece feliz los ojos de la loca y su risa siniestra le auguran un peligro mortal
La loca es la verdadera esposa de aznavour,que queria, pasado de amor, bigamear
la imposibilidad de que ese amor se concrete
Digame alguien porque ese argumento podia formar parte de la coleccion infantil de libros robin hood, tapas duras amarillas, que yo lei en mi tierna infancia, supongamos 11 años casi al final de los sesenta,yo leyendo un libro decimononico de la señora charlote bronte, traducida como Carlota Bronte, resumido y con ilustraciones.No vi la pelicula,pero alli esta en mi sueño, Jane Eyre trayendome un mensaje.
Es necesario que alguien me explique porque 40 años despues, sin haberlo releido jamas viene a mi sueño la imagen completa del argumento (seguramente deformado y con el personaje masculino hecho aznavour)a velarme el dormir...
Es que acaso no podia soñar con el Murakami, que estoy tratando de terminar hace unos dias, sin exito... Putos sueños
lunes, 8 de febrero de 2010
tener la edad de tu abuela cuando vos naciste
a proposito de Juan Cabandie y la identidad, un cumpa relataba el efecto de tener la edad de tu viejo cuando vos naciste. Pero años mas, años menos yo tengo la edad de mi abuela.
Que me emparenta a esa vieja mujer que usaba dos peinetas y baton hecho en casa, y delantal gris, siempre adentro, siempre sujeta a las necesidades de los otros que eran la familia. Que hay en mi de su premura para lo hogareño,su cocina llana, simple, generosa, sus cortes de pelo hechos por la hija mujer, su viudez a la edad en que ahora pensas en la eventualidad de que un cirujano te recauchute las tetas,
Cuales habran sido sus secretos fuegos, entonces, cuando yo naci y ella tenia mi edad.
Mis amigas empiezan a andar por ahi, orgullosas mostrando el celular con la foto de sus nietos, y yo aqui, pensando en la femineidad, en mi abuela, y en la identidad, barajando en el aire unas pelotitas brillantes, sin saber como es el juego, o si tengo que dejar de jugar a la visita y empezar a jugar a ser abuela..
Que me emparenta a esa vieja mujer que usaba dos peinetas y baton hecho en casa, y delantal gris, siempre adentro, siempre sujeta a las necesidades de los otros que eran la familia. Que hay en mi de su premura para lo hogareño,su cocina llana, simple, generosa, sus cortes de pelo hechos por la hija mujer, su viudez a la edad en que ahora pensas en la eventualidad de que un cirujano te recauchute las tetas,
Cuales habran sido sus secretos fuegos, entonces, cuando yo naci y ella tenia mi edad.
Mis amigas empiezan a andar por ahi, orgullosas mostrando el celular con la foto de sus nietos, y yo aqui, pensando en la femineidad, en mi abuela, y en la identidad, barajando en el aire unas pelotitas brillantes, sin saber como es el juego, o si tengo que dejar de jugar a la visita y empezar a jugar a ser abuela..
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algo viejo que merece volver a leerse.
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