lunes, 25 de agosto de 2014

un poema de la sirena

El niño enfermo

Hospitales, pasillos
esperas
diagnósticos

El niño enfermo juega
y con su peste a cuestas
brilla como estrella
como esperanza
a despecho de lo siniestro

el niño enfermo ilumina con sus ojitos
farolitos chinos que se agarran
a lo que lo humano tiene para mostrar
y mira el mañana y se sonríe.

No te animes
serpiente del miedo
A mordisquearle las piernitas


Cuídalo Vida
Se una madre, Luna, de su vigilia
Tierra, amárralo
que no se vuele, que se quede con nosotros,
mientras las venas y los músculos le crecen
y cada vez mas alto, se pone grande
Dale tiempo, Destino de los mortales, para que duerma abrazado
a sus muñecos de acción
y se levante salvo.

Sánalo, Tiempo, que se saque de encima
la ropa de la desdicha
¿no ves que es solo un niño?
¿no te das cuenta cuanto lo quieren los suyos?
Déjanos a los viejos la lucha
Somos soldados experimentados
Y aprendimos a hacerle a lo oscuro

Verónicas de toreros avezados

Los clubes de barrio.

Ninguna mascota fue muerta en la confección de este cuento, que en realidad es un refrito donde saque las cosas que no me cerraban en la versión anterior y trate de hacerlo en tercera persona para acabar con la maldición de los cuentos escritos en primera.
La descripción del club es absolutamente verdadera: es el club de mi barrio, el sudamerica. Los personajes son de ficción, debo aclarar que mi madre es una santa y yo no he vivido jamas en Dusseldorf. (nadie nombra Dusseldorf pero me pensé científica volviendo de Alemania)

Bueno, acá está de nuevo, remozado y espero que mejorado El carnaval del club.
El carnaval del club.

La hermana le había sacado el pasaje en Aerolíneas, y eso estaba muy bien. Porque venir en avión argentino ya le sacaba las escamas de diez años en Alemania, el sabor de un alfajor de dulce de leche, el canto de las palabras en argentino, tan diferente del latino neutro que terminaba hablando con sus amigas colombianas, y mexicanas en Dusseldorf.
No sabia si estar triste: mas bien preocupada. Enterrar a Madre implicaba quedarse dos o tres semanas para hacer los arreglos patrimoniales con Liz, que iba a insistir con que volviera al país, que muchos volvían, incluso le había mandado notas de Telam sobre repatriación de científicos. En principio volver a la patria era volver a los sabores. Un velorio no da para asado, pero en quince días, seguro que iba a haber tiempo para asado, mate, y esas facturas que hacían en La espiga de oro y que llamaban alemanas, aunque nada que ver.
Ella volvería a ser llamada La india en casa: Liz le dijo “venite India, yo te saque el pasaje, mamá no pasa de pasado mañana” y cuando estaba en el aeropuerto le llego la noticia de la muerte.
Y mientras almorzaba comida de avión pensando en lo plano de buenos aires, una caja de ravioles desde el aire, iluminada, una belleza, se acordó del carnaval del club.
En esas épocas la India tenía seis años y tuvo que pasar mucha agua abajo del puente para que lo que paso cobrara sentido, y dejara de ser hojarasca.
El club ya estaba decadente, Liz le contó que lo demolieron hace poco y que pusieron un gimnasio muy completo. Pero en los sesenta los viejos hablaban de antiguas glorias,. Y es justicia,  los relatos de los grandes tienen algo mítico que afirman  que uno ha

llegado tarde para la epifanía
Ocupaba unos dos lotes largos en el medio de la manzana, y  en el fondo, anexados,  había avanzado sobre parte de los terrenos vecinos de las cuadras laterales. La comisión directiva los había comprado por poco, cuando el barrio pujaba por ser de clase media.
El club tenía (no como cuando ella se fue a Alemania, en el 2000) poca construcción, la mayor parte era al aire libre:  entrabas por un pequeño salón donde como una reina, reinaba la mesa de billar de madera maciza, (el ataúd, ¿será de madera maciza?) con el finísimo paño verde, donde reposaban en las esquinas, tizas azules con agujeros en el medio, solo un poco mas grandes que  terrones de azúcar.  En las paredes, alineados, hermosos, los tacos de billar, de madera de ébano, con incrustaciones de nácar (me dijeron que las manijas incrustadas eran de verdadero bronce). Estamos hablando de los 60, en esos tiempos hubiera sido estúpido pensar que alguien se los podía robar, en el barrio.
De allí pasabas al salón para socios,  vitrinas con trofeos y banderines, mesas (también macizas) y sillas donde  se sentaban viejos que usaban sombrero, y los colgaban en ganchos –la India trata de reconstruir formas y cintas de adorno-         y porotos y cartas y cajas con juegos de dominó, y ceniceros de propaganda de Cinzano, de lata plateada,  con toscanos y cigarrillos.
El club era predio de varones y los chicos, un incordio. Liz y ella iban porque vivían enfrente, y en esa época los chicos volaban por el barrio como pájaros libres.
En la dormidera del largo viaje en avion, la India reconstruye el club y se va desmayando hacia el recuerdo. Paredes donde un cartel enlozado, azul,  daba aviso de que estaba absolutamente prohibido salivar en el piso de acuerdo  la ordenanza municipal. Coronando el lugar, una gran heladera mostrador llena de gaseosas de
marcas que desaparecieron (bidu, canada dry, neuss)  y cerveza cristal y cerveza negra y sobre la heladera de madera, frascos de vidrios con maníes y un montón de cosas que se ella recuerda por primera vez, ya no desde el exilio –lo llama exilio por comodidad, en el fondo sabe que se trata de una huida- sino desde mucho tiempo antes.  
Atrás de la heladera, del lado del encargado, un esqueleto de madera, revestido, elevaba la perspectiva del patrón que atendiera el buffet, y  esa diferencia permitía dejar claro la diferente jerarquía diferencia entre los socios habitúes (que podían pasar tras el mostrador y agarrarse lo que se necesitara) e invitados o advenedizos Al costado de este buffet (así lo llamaban, en francés ¿no es gracioso?) un pequeño pasillo y la secretaría del club, donde se reunía la Comisión Directiva que tenia su Libro de Actas, su sello,  y una puerta que daba a la cancha.  Cancha al aire libre, cancha cercada por alambre de gallinero, rombo anudado con rombo, donde colgar la remera para jugar en cuero.
Como los chicos del barrio jugaban en la calle, la cancha, perimetrada con alambre había sido  marcada para la práctica del básquet y tenía esos aros embudos donde a los adolescentes les gustaba colgarse y los más chicos miraban con la envidia de pensar “nunca seré tan alto”
En los años veinte años que la India vivió con el alma cerca del club, nadie jugo al basket, piensa en esto mientras sorbe un vino de cortesía que le trajo la azafata. Un Malbec de Mendoza, ¡que lindo que suena la palabra Mendoza!
Al costado de esta cancha estaba la de bochas, muy larga, con su pisón, un enorme rodillo con el que aplanar la tierra.(Y de tierra somos y a la tierra vamos, mamá)
Y la India se pone un poco triste al pensar en la madre y se acuerda del escenario del fondo del club. Un gran escenario teatral, que por esas épocas carecía de telón, pero
que no queda ninguna duda de que en algún tiempo hubo de tenerlo. Ese escenario con sus dos vestuarios (hombres y mujeres, o quizás damas y caballeros) a los costados, y para abajo, levemente subterráneos, con duchas y baños,  inexplicable allá por los sesenta, abandonado, una vez que se pasó la fiebre por montar algo que se debería haber llamado “elenco filo dramático” o alguna cosa por el estilo.
Había escuchado, cree recordar historias del club donde el escenario anclaba en cierta concepción de la  cultura, las danzas folklóricas, el teatro vocacional. Inclusive hubo un tipo que llego a actuar en la tele, pero la India no puede recordar su nombre. Paso demasiado tiempo y el tipo ya se habia ido del barrio cuando ella era chica. Todos los nombraban con orgullo: èl estuvo acà ¿Cómo se llamaba? Pero en el tiempo del recuerdo el escenario solo se usaba en los carnavales, para que el animador dijera sus glosas, y se atropellaran arriba los pibes vestidos de mascaritas a la hora de las fotos.
A ella nunca le gustaron los carnavales, ni siquiera el de Rio, al que fue en la época de la plata dulce, los ochenta, cuando ya no vivía en el barrio. Los carnavales la enfermaban. Literalmente.
En su infancia ya estaba esa concepción de que carnavales habían sido los de antes. Inclusive antes del asunto del carnaval del club,  le tenía miedo a las mascaritas, a los varones vestidos de mujeres con naranjas en los corpiños, muy pintados, alegres, que se paseaban por la calle cuando estaba sentada en el banquito de la puerta con su abuela a ver pasar la vida, también en carnaval.
No entendía la lógica del disfraz, de ese interés en ser otro, en confundir,  esos caretones de papel mache la aterraban. Le hacia mal el frenesí que le entraba al barrio, si eran los mismos de siempre mas sus parientes que no tenían la suerte de tener un club, eran los mismos de siempre, pero un poco distintos, olorosos de colonia de La
Franco Inglesa, vestidos de domingo. Una fiesta que empezaba a la siesta con el trámite de ir a comprar  las barras de hielo enormes que los de la comisión  traían envueltas en arpillera de bolsas de papas.
La coreografía del pasaje de las barras de hielo, y después ir al club con su papá a embolsar papel picado, azul, azul violeta, que mas tarde los chicos juntarían del piso, para volver a tirar., un reciclado espontáneo del tiempo de ñaupa. En tanto, se armaban las mesas, se ponía a punto el minué. Su papá estaba en la parrilla, cocinando chorizos.
El club se vestía para la ocasión, banderines de plástico y  bombitas de colores cruzando la cancha de básquet, mesas de latón, que el resto del año se guardaban cruzadas sus tijeras en los vestuarios subterráneos. Con los feos caretones monstruosos, la bebida fría, los panchos de piel gruesa y mostaza, que terminarían siendo su cena y su vomito esa noche de carnaval. Y el humo de la choriceada, aromando la escena, mezclándose con las colonias baratas, con la necesidad del barrio de ser feliz.
La tarde del carnaval del club la pasó en la peluquería, haciéndole el turno a  mamá, escuchando a las mujeres grandes, enviciada de olor a spray, a revistas de fotonovelas. La India piensa como se verá la madre ahora muerta,tan coqueta que era, ahora, estragada por la enfermedad, pero entonces era linda la madre, tendría menos de 30  lucia un batido y vestido recién traído, a último momento, de la modista del barrio, la noche del carnaval del club.
Ese año la India se había negado a llevar disfraz. Pero Liz, si. De dama antigua. Aunque los que eran adolescentes en esa época y ahora son gente vieja,  eran modernos: Trini López, Nat King Coll, Quique Guzmán los reyes de la noche. Hasta había ensayado con Liz, unos pasos del baile de Violeta Rivas en la Escala Musical ¿de que me sirve el latín, no se no se? 
Las dos se habían cruzado temprano, por que en la casa todo era nervio, como siempre. Y cuando pudo zafar e ir al club es como si hubiera pasado un umbral. El pasaje era simple, las miraban cruzar la calle y en el club alguna vecina estaría atenta, la vida era pública  y todo el mundo conocía te conocia y me atrevo a decir que te cuidaba.
El club estaba lleno,  la comisión podía respirar aliviada. No seria como los carnavales de antes, pero se habían vendido todas las rifas y hubo que sacar hasta las mesas del buffet para que se sentaran los que siempre llegaban tarde. Liz y ellas habían  embolsado un montón  de papel picado –las manos estaban violetas- y el turno en lo de la Nínette, para el batido materno había llegado al cenit de la fiesta sin darse cuenta.
 Y ahí, en la plenitud de la fiesta la India tuvo un mal presagio a pesar de la alegría. En el cielo de la cancha, mas arriba de la telaraña de banderines y bombitas, la luna redonda y amarilla, vigilaba.
Only you… y ya estaban sentadas como enanos de jardín de yeso, las viejas que no iban a mover el culo en toda la noche. Liz estaba comiendo en la mesa de los Aguirre, su padre entre los chorizos y su madre se había perdido en la charla con los vecinos.
Put your head on my shoulder y el piso era un tapiz de chapitas de cerveza, restos de pan de panchos y el consabido papel azul/violeta picado que ella había ayudado a embolsar
y de compañera, oh oh oh, una mujer y en la pista no cabe un alfiler y los varones del barrio la venían a buscar para jugar a la escondida, mientras se armaban nuevas parejas en la pista de baile, los gallegos pedían paso doble, los viejos tango y la juventud de entonces se hacia dueña de los discos, esos viejos discos de pasta, que hacían bulto junto a algunos nuevos 33 revoluciones...
Todo daba vuelta como una calesita y la India se metió en el vestuario de mujeres, debajo del escenario, que olía a humedad. La luz del afuera reverbera en esas paredes donde algún rústico artista barrial con veleidades políticas dibujo un negrito con hueso en la cabeza y una inscripción: Lumumba. El lugar no daba miedo, pero era otra galaxia. Una galaxia donde el carnaval quedaba lejos, o era solo un ruido, o era Rita Pavonne cantando el Baile del Ladrillo.
Señores pasajeros, estamos arribando a la ciudad de Buenos Aires, 28 grados de temperatura, es un hermoso día, y el capitán los saluda.
La India agarra fuerte su bolso de mano y se acuerda de la noche del carnaval del club cuando se sintió la reina del subsuelo, nadie la buscaba y posiblemente esa escondida iba a terminar con alguien diciendo Sangre, contraseña donde había que barajar y dar de nuevo,  saliendo del escondite, por bueno que fuera.
Allí llegaba el ruido de las canciones, los gritos del carnaval, el olor de la parrilla, de los chorizos, mezclado con el olor de la humedad, pero también atravesando todo, un rumor de enaguas, de ropa un sonido clap clap mucho mas cercano.
 La gente se empieza a mover, a despertar en el avión, hay como una alegría de llegar a casa, pero en su cabeza está cantando Neil Sedaca. Oh…Carol,  y era hora de irse de allí, no sea cosa que el padre dejara de servir chorizos y le preguntara a Liz donde esta tu hermana y empezara una cacería que terminaría inevitablemente en una paliza
Y la India empezó a hacer ruido, para espantar a la rata que jadeaba, o chillaba o la rata de podía ser tan grande como los rostros monstruosos de cartón pintado. La rata que estaba en la parte mas profunda del vestuario debajo del escenario donde el animador vocacional entonaba una glosa pidiendo un aplauso para la esposa del presidente, y entregando un ramo de claveles.
Todo eso escuchaba la India, mientras del fondo del vestuario salía a medio vestir su madre, con el batido deshecho y el chico grande de doña Benedicta  abrochándose la bragueta.
Manténgase en sus asientos, con los cinturones de seguridad en su sitio,  hasta que se terminen las maniobras de aterrizaje, dice la azafata.  No había nada que hacer allí, le había dicho su madre aturdida el último carnaval que festejaron en el club, llevándola a tirones de la ropa, mientras el ruso gritaba Sangre y eso quería decir que había que salir del escondite y el juego canalla de la escondida empezaba de cero, nuevamente, y la gente se paraba y dejaba el avión. Bienvenidos a la Republica Argentina, gracias por elegirnos, esperamos que su viaje sea placentero, vuelva a volar por Aerolíneas Argentinas.



miércoles, 20 de agosto de 2014

refritos. Cuentos de varones:

 Estoy revisando los cuentos Este lo escribi pensando en la amistad de los varones. 
King crimson, claro.
COMO CUBANOS JUGANDO AL DOMINO.

No me preguntés, Marinelli,  del Congreso en La Habana: todo predecible y a los compañeros de la cátedra que fueron conmigo les interesaba  mucho mas irse a sacar  fotos a la Bodeguita del Medio que presentar la ponencia.
Vos la escuchaste, cuando la presentamos en el seminario de diciembre, era bastante digna. Pero La Habana era una feria de vanidades, nadie escuchaba a nadie. Los congresos son así.
¿Lo más importante? Si querés te muestro las fotos, pero fueron sacadas casi de compromiso y con mi cabeza en otro lado. Algunas las subió Edgardo a la pagina institucional, para tranquilizar familiares y también para devolverle favores al laboratorio que nos esponsoreó..
En La Habana  no pude dejar de pensar en el Pelado, nunca te hablé de él.
Amigo del cruce Scarminacci., del tiempo en que ser amigo es una cosa seria. Lo más serio. Incluía responsabilidades indelegables como prestar los discos, estar en todas las malas, cagarse de risa hasta descomponerse.
Sentate, Marinelli, hacete unos mates.
Lo recordé allí, viendo  las pujas, los silencios cómplices y los empujones de los tipos que jugaban en las veredas, como si la vida fuera eterna, como si estuvieran del otro lado de una cámara Gesell y no registraran ni a turistas ni a locales.
El Pelado y yo éramos, en los ochenta, como cubanos jugando al dominó y se nos iba la vida hablando, tendidos con  la panza en la tierra, alucinados por los planes para el futuro, hablando de King Crimson  y de chicas,  mirando pasar  por la ruta camiones cargados de vacas.
Teníamos la certeza de que el futuro no nos iba a agarrar en las casas del Cruce Scarminacci y tampoco en Tandil. De eso estábamos seguros. Nos deleitábamos pensando en la parada que íbamos a tener, en la pose al subir al micro y como saludar a los que se quedaban. Te digo, Marinelli,  que hasta lo hemos ensayamos en la escalera de mi casa, un día en que se nos fue la mano con el fernet.
Era –vos sos también, de pueblo, aunque nunca me contaste- una película que empezaba con un larga distancia, madres que lloraban,  padres serios que solo nos iban a perdonar la vida cuando volviéramos exitosos y con plata y les arregláramos las casas y se haría entonces un asado para todos.
Con todo lo que podes saquear a los doce años, a los trece, con regalos de tías, y vueltos, habíamos juntado un canuto de guita intocable,  para el proyecto, y lo guardábamos en la casa del Pelado, atrás del tarro de las galletitas, muy atrás, donde la madre no llegaba. La vieja estaba medio enferma y para sacar las galletitas necesitaba ayuda.
Nada de Buenos Aires, Buenos Aires le quedaba chico a nuestros sueños. Queríamos el mundo: Nueva York, París, y ahora que lo pienso, también Cuba, entre varias rutas alternativas. Solo sabíamos con certeza de empezábamos en el cruce Scarminacci y terminábamos en París.
Dame un pucho Marinelli. No compro mas, dale no seas pajero. Te doy un habano posta después.  
Se nos complicó en tercer año que el Pelado dejo de ir al Nacional y yo seguí. Si no seguía, mi destino era ir a trabajar con mi viejo a Belagro, cargar en las camionetas agroquímicos, semillas, fertilizantes. Y en el Nacional por lo menos había chicas: Muchas chicas, moviendo sus traseritos inquietos, haciendo sus chistes de mujeres, embadurnandonos con su olor, que snifabamos apresados en calenturas. Sin embargo no avanzábamos hacia ellas. Primero, el plan maestro.  Le pusimos fecha para darnos ánimo. Cuando yo terminara quinto y después de las fiestas, en diciembre no, porque nadie quería  joderle las fiestas a la familia y además el Pelado quería cobrar el aguinaldo y las vacaciones del ferrocarril.
El viejo era ferrocarrilero, por eso su familia había caído en Colonia Vela .Y casi que se jubilaba y no lo iban a trasladar mas. La vieja estaba enferma y grave, aunque de eso no se hablaba. Cuando dejó la secundaria el Pelado entró por él a trabajar en el pañol, acomodaba herramientas y escuchaba la radio, todo el tiempo.
La plata cambio tanto que no te puedo decir cuanto era, un día hicimos la cuenta y nos alcanzaba para llegar a Buenos Aires.  Creíamos que nos iba a alcanzar. Con el tiempo el plan inicial se fue modificando, apareció una pensión  donde habían ido el Tato y el Cabezón, que de todas maneras no terminaron Medicina. Al Tato le perdí el rastro   y el Cabeza trabaja en el Farmacity que esta cerca del departamento, como encargado.
Por el  verano del 88  el Pelado y yo íbamos al balneario del Chapaleufu chico, y ahí, entre sol y las piedras yo le contaba de lo que había empezado a leer en novelas que hablaban de Paris, Yo le contaba y el aire se quedaba suspendido y el silencio de la siesta nos aturdía, el silencio y las chicharras en el aire, con esa gana de crecer de golpe que nos afiebraba. No importaba demasiado que ya tuviéramos diferentes vidas. Seguíamos jugando al dominó.
Éramos hermanos entonces, y te la voy a hacer corta, nos peleamos. Los demás piensan que nos peleamos por la guita. En el invierno del 89 murió la vieja del pelado, y como no tenia hermanos   el terminó siendo único apoyo de su viejo hasta el fin y claro, previsiblemente,  el canuto había perdido todo valor.
Yo ya terminaba la secundaria y la cuestión es que nos acusamos uno al otro, mientras andábamos el camino que va desde el pañol a la salida de los talleres, subiendo el tono, sacando mierda de cualquier lado, de las noches que lo dejaba solo por salir con alguna chica, o el poco interés que él en el proyecto, sabiendo ambos que contra una mina ningún proyecto puede o que si el sacaba  guita`para aportar al canuto,  la vieja no se podría haber atendido la enfermedad –ya no recuerdo cual- que  la llevo a la muerte.
Esa pelea era la única manera que encontramos de separarnos, tanto nos queríamos entonces. y  nos vino bien para dar por tierra con nuestros sueños de los doce, definitivamente. Nunca reconoceríamos que el plan maestro carecía de significado.
¿Como renunciar a planes sellados con apretón de manos untados con saliva, ya que la saliva –como la sangre- sellan pactos indestructibles y seguir mirándose al espejo?
Entonces en enero, después de las fiestas,  pude irme, el fajito de billetes quedo atrás de las latas de galletitas, y que le garúe finito, pensé, creyéndome enojado.
El Pelado quedó allá, y con la guita de la indemnización del ferrocarril se puso un kiosco y cuando se fundió entro a trabajar en Belagro, mi viejo lo ayudó.
Cuando fui para Tandil, unos días antes de venir a La Habana,  mi vieja  me dio un sobre que le dio el padre del Pelado, unas fotos de un verano en el balneario, con unas chicas que ni se quienes son, no son del pueblo, tal vez unas primas de alguien. Y también había unos billetes, millones de pesos pero de entonces,  planchados, adentro. Afuera estaba mi nombre en un sobre amarillento y cerrado con cola. Todos en Vela, en Scarminacci fueron al entierro. La gente lo quería mucho. Yo me enteré pasados tres meses. Había cagado fruta con un cáncer de hígado.
Mi esperanza es en que Belagro mi viejo  no le haya comido la cabeza con mis éxitos, porque para él que yo de clases en la universidad es un éxito, fijate, Marinelli, lo que hacemos acá puede ser un éxito para afuera, si supieran el nivel de mediocridad que tienen algunas estrellas!  aunque el sueldo alcance solo para un departamento contrafrente  y  consiga viajar cuando pego algún congreso  donde me mandan con todo pago. Si hasta los chicos viven con la madre, que me perdona la vida cuando me atraso la cuota. Ella se juntò con un buen tipo que  y hasta tuvo un bebe, con casi cuarenta años. ¿Vos tenés dos pibes, verdad?  Un dia nos juntamos los dos y los cuatro chicos y hacemos algo ¿no te parece? Che, es hora de que nos vayamos yendo, ahí hay un bedel que nos mira como apurado: En dos minutos lo tenemos acá. Rajemos antes.
Por eso no te puedo contar bien lo que paso en la Habana, solo lo vi al pelado y a mi, de dieciséis, y pensé machaconamente que éramos entonces como cubanos jugando al dominó

Y por esas fotos, o por esa plata,  te juro que sin él nunca viajaré a  París. Después te paso el trabajo y las fotos por mail. 

martes, 19 de agosto de 2014

los cuentos del Rengo.

No estoy escribiendo mucho, son épocas. Creo que es la "primera època" en que pasa una semana sin que abone la tierra del sirenas con alguna boludez. Le pedí a Fernanda que releyera algunos fragmentos -hay mas- de una saga de relatos que fueron escritos para este blog hace un par de año y darle alguna consistencia (elimine algunos yo y ella me sugirió otro) sobre dos personajes, dos cincuentones algo perdedores que viven solos, unidos por el sexo y el desamor o algo asi. Los quería mandar a un concurso y que no se desaprovecharan . Del empaste de los fragmentos surgió esto:
(los lectores viejos del blog pueden saltearse el post, ya fueron publicados)


Historias de la Sirena y el Rengo
I
 El Rengo es un especialista en lápices. Guardó de su otra vida algunos, los preservó de la caída. Su fetiche es un lápiz 4H, con muchas B, o sea claro y blando, de trazo grueso: esa noche, perdida la Moleskine en el hospital, usa su trabajo de vigilador de noche para ocupar el escritorio de algún cagatintas de la fábrica  y escribir en una libreta  rustica, con  tapas de vinilo simulando telas de arañas,  el nombre secreto de ella. Luego, lentamente y en círculos empieza a manosear el grafito , círculos sucesivos con el pulgar, en círculos allí. Justo allí.  En  el papel, se armaba algo como un embudo, Cada círculo sobre el nombre  borroneaba, difuminaba el gris, le manchaba el pulgar, que se calentaba en el recorrido energético del lápiz sobre el papel.
En otro espacio, lejos de la fábrica, entre el clonazepán  y los círculos del Rengo sobre la mina, insistentes, profundos, lentos, la sirena se duerme, como si el circulo se le trazara allí.

II
Estaban  guardados, y me  había jurado no leer los poemas de rengo, pero  fui a buscarlas. A sus palabras. (no eran en realidad poemas, eran cosas dichas con los dientes apretados, coplitas robadas, sentencias sánscritas, puteadas en lunfardo, era él insultando a la sirena, letritas escritas una abajo de otras, -sabía que el no querá llamarlas poemas-  como pilas de cajones inestables que se movían con magia de pibito de la villa que aprendió malabares, palabras que temblaban  en letra negra de lápiz faber, trazadas con esas minas blandas que uno pasa el dedo y se hacen nubes o sombras, las palabras parecían que se iban a venir abajo en cualquier momento, graciosos elefantes arriba de mosquitos, y yo las sorbía como si fueran delicuescentes jugos dulces. Tengo sed del Rengo.
No llores, decía, biutiful-luser, metejones de vos. El papel tenia el olor al tabaco de hombre que usa, como si fuera un viejo fullero, aunque yo me se que el Rengo no llega a los cincuenta. Es un hombre de cincuenta años, poco menos, buena edad para los tipos. Se vuelven suavecitos, menos pelotudos. Empiezan, quizas, a exorcizar la muerte y se toman la vida en serio, o sea que se vuelven inmortales de a ratos.
Odio revolver el cajón donde están los cosos del rengo y  mis bombachas, y araño los papeles con poemas del rengo. Me agarra como un ansia de hacerle caligramas y pintarle las paredes de la casa donde vive  Con brocha, a la madrugada. Con la palabra metejón. Un caligrama que solo entienda él.  Y que me odien sus exmujeres o la patrona que le alquila llame a la cana, y me retiren con un coche de la policía, como a una loca, y me lleven al psiquiátrico para dejarme en observación, y me metan pastillas e inyecciones hasta dejarme muda. Yo exhalaría el olor a santidad,  que tienen los bebes después de ser amamantados.
Hoy no voy a poder dormir. Empastelarme me anula el conocimiento crítico y  me da ideas que aparto.
No puedo  esta noche dormir  sin leer cuarenta y ocho o tal vez cincuenta y cuatro veces la palabra metejón hablando de mi. ¿Cómo voy a hacer para ir mañana al trabajo? al trabajo. Yo  manejo el horario, pero igual me esperan. Siempre.
El Yuyo me mandó un mail preguntandome un par de cosas sobre la noche del hospital. No se porque, si da lo mismo, quería saber el nombre del Rengo(su amado nombre)  Ni en pedo. Ni en sueños. Hasta cuando duermo me ato- yo- al mástil para no nombrarlo. No es porque alguien me pueda escuchar -vivo sola, soy sola- pero no le permito al señor que escribe los sueños que el Rengo venga y me magree dormida, y yo acabe con él, sin estar ahi. No me voy a hacer eso. Yo, como los árboles de Casona, de pie.

La sirena es un corredor de fondo, espera, y ¿ quien va a decir que la espera valió la pena solo si Él llega? Yo quisiera tener un diez mangos por cada sonrisa que la sirena dibuja en su cara pensando en las cosas que el rengo le dijo y un pañuelo de seda de la China por cada lágrima que le hace llorar (y él sabe). La emoción es puro oro, y si es el oro de los tontos, no tenemos una joyería en la calle Libertad que nos las tase. .Nosotras compramos igual y lucimos nuestra bisutería con orgullo de ricachona nueva.
La sirena no es de esas que se quedan chapaleando. Ella nada. Nada.  La sirena agarró la libreta y se aprendió el poema mas terrible, El poema era un fucking malentendido .Por eso era bello. También le habló por la línea fija para ver como estaba después de la borrachera que lo dejó en hospital. El la ninguneó. Era de esperar.
Guardó la libreta en el cajón de las bombachas, para no verla. Bien al fondo.
Les conte que el Rengo llena libretas, libros, cuadernos, diarios. Siempre lleva algo, debe tener miedo que el tiempo le afane la Memoria, esa con mayúsculas. O querrá dejar testimonio. Se cree gran cosa a veces. Eso es intolerable.
La sirena se tatuó en el tobillo un dibujo que el  Rengo había hecho con un lápiz romo en la libreta ajada. Fue a la bond street y dijo: hagame esto..
Y ya no es una chica. Y el rengo tampoco. Eso es lo realmente maravilloso. Que el puto corazón sigue dando vuelcos, dejando su babita de sangre negra. El puto corazón de la sirena no es una pasa de uva. Esta lleno de linfa, de hemolinfa, de cosas de colores fluorescentes, amarillo y rojo. O rojo y negro como la propaganda de lucky strike.
Eso es una enseñanza para los jovenes: los amores perros no se rinden.
III
Recibí cierta llamada de un hospital. Era un trabajador social de la guardia. Un residente. (por eso llamaba, para cualquier otro no hubiera sido urgente).
El rengo estaba internado, y tenía una pequeña libretita donde decía mi nombre en el renglón "en caso de accidente llamar a".
Pensé en estafas telefónicas, estoy advertida.
Evalué la posibilidad de negarlo, tres veces, decir " no conozco a nadie llamado así" pero no me dio la tripa.
El pibe (tenía voz de pibe) me tranquilizó: no es algo grave, está confuso, la llama, vengasé.
El hospital no era el de mi ciudad, pero yo sabia que él había nacido allí, así que no me extrañó que anduviera por esos pagos. Pero le veía mas sustento a la hipótesis de la estafa que a me llamaran en su nombre.
Tiene familia, entiendo que hay un par de mujeres con las que estuvo casado, y se lleva bien, amigos. Yo lo ando rondando sin éxito, pero no figuro ni a placeé. Ni para la cama le sirvo.
El no me quiere y me lo hace ver.
No me van cagar, pensé al tiempo que  me vestía, agarraba plata para eventuales remedios,  y buscaba en la guía el teléfono. Era una guía vieja pero el hospital tiene mas de cien años.
Habían ingresado un tipo  con el nombre del rengo (su amado nombre). No daban otra data por teléfono.
Junté fuerzas y fui. Cuando llegué todavía no clareaba. Yo amanecida soy mas fea que pegarle a la madre con toalla mojada .Tenia el pelo sucio, y estaba muy asustada. Me daba un poco de pena no ser linda.
Y temblaba.
Hice el gesto inútil de la compra de agua mineral, por llevar algo. Junte coraje y me mandé. Pensé en que cuando lo viera le iba a besar los labios, dulcemente.
El hospital a la madrugada.. Gente acurrucada en bancos, alguno que llora, la puerta solitaria. El olor a hospital, mixturado con olor a ciudad vieja que todavía no se despertó, un vago olor a desinfectante, a lavandina, a cigarrillo. A desamor.(El olor a sexo es como de picantes, el olor a desamor es como a  humedad)
Pregunté por el rengo en informes:  lo tenían en un box. Cuando me vio, pidió que llamara a la agencia de seguridad, porque no había ido a su laburo de sereno. Salvo eso, ni una palabra. Me miraba como por atrás de un vidrio, Por que viniste, parecía decirme, mirándome desde  lejos, los ojos llenos de lágrimas Me llamaron, nada  mas, le conteste a una pregunta que no me hizo. Es que siempre hablo de mas, siempre creo que se lo que el quiere preguntarme. Es una tara que tengo.
De besarlo en los labios, no hubo manera. 
Entra un enfermero marica, le saca la vía, y le dice Guapo, no te quiero ver mas por acá, vos tenés la bebida mala, cortala y ahora que vino tu chica, te podés ir.
El rengo agarra sus cosas, se pone la campera y me deja allí.
Lo veo irse, y  a mi se me van las fuerzas. Yo no lo sigo. Me recuesto en la camilla, tratando de snifar su olor,  de acodarme en el calor que su cuerpo había dejado. Me siento estúpida. Cuantos infelices habrán cagado fuego en ese mismo lugar. Y yo buscando su aura.
A los tres minutos vienen a limpiar el box, me ve la mucama y me pide que me retire. Cuando salgo, sin el agua mineral, me corre un tipo.Dice: " yo hable con ud. por telefono, ud. vino por (acá dice su amado nombre), Si, digo, soy yo. Su novio se olvido ésto, haga que no tome mas alcohol, lo encontraron tirado en la calle, lo trajo la cana, borracho perdido. No paraba de nombrarla. Yo le pregunte quien era ud. Y dijo, mi sirena, llamala.
Trasca, sorpresivamente me abraza y me da una libreta, la libreta  del rengo, con mi nombre. en caso de accidente, y apretada escritura hoja tras hoja  con poemas y  mi nombre por todos lados, manoseados escritos, en lápiz.  con poemas que en la noche de trabajo de sereno me escribe el rengo..Quiero quedarme en ese abrazo, quiero morirme en ese abrazo indispensable, quiero hundirme en un abrazo humano.
No hay buena luz para leer los textos. Me guardo la libreta en el bolsillo trasero del vaquero y salgo. Hay niebla, y el sol que sale es opaco. Son casi las seis.
Me fijo si tengo monedas, busco un locutorio abierto en las cercanías (hay un kiosco con dos pc, una esta ocupada, un tipo mira pornografía) .
Llamo desde de la cabina a la empresa de seguridad, me quedo mirando detrás del vidrio de la cabina la espalda del pajero y en la pantalla una pareja copulando aburridamente, jadeando en ingles. El tipo es negro y tiene una verga insoportablemente larga, y los ojos como si fueran botones. Ella es una joven vieja. Me dan lástima y un poco de nausea. En la pantalla de la pc apagada el vidrio negro  me refleja, y veo que estoy llorando
Y me voy. Hace frío, y hay mucha niebla. Cuando escampe va a ser un día de sol.

IV


El rengo me está matando. Por eso fui a ver a la señora que cura.
Toqué en la puerta de chapa del pasillo y apenas me vio me dijo: yo te voy a curar .
El rengo me ha engualichado de palabras, no con pociones, él es inocente y no es por defenderlo. Pero ya no se me aguanta este malhadoamor y entonces fui a buscar soluciones para poder exorcisar eso que me tiene sin dormir.
Yo no le dije nada del rengo, pero lo vió en la niña de mis ojos.
La señora que cura , cura de verdad porque yo no le hablé del rengo y me dijo algo confuso de su pierna mala. Ella sabe. Me dijo tambien: yo te voy a curar. Me dijo traeme foto, ropa interior, algo de èl.
Yo le quise dar mi corazon, pero eso no servía. Me pedia cosas que no fueran tripas.
Yo tenia unos cuadernos, unas tarjetas, algunas fotos. Cuando toco sus cosas, termino con fiebres.
El rengo no me quiere. Por eso fui a la señora que cura, no quiero lograr su amor(esas son cosas que se arreglan en el cielo y no esta bien que los humanos nos metamos)
Fui para dejar de quererlo.O tal vez para dormir.
La señora que cura uso implementos y accesorios: un péndulo, armo con sal gruesa un camino de sal para que yo pisara, me puso oleo santo de Israel en la frente. Me cocinó una poción de ruda para frotarme el sexo, una pomada blanca con olor a alcanfor para pasarme esta noche en los pechos.
Yo compre todo. Todo. No me importaba el dinero. Accedí a la dieta de limón en ayunas, aceite de uva antes del almuerzo, a lamer lentamente un caramelo con regusto a regaliz sin hincarle el diente.
Camine por la puerta del rengo, cuando nadie me veia, tirando tras mis pasos laurel, para que la victoria viniera tras de mi.
La victoria es el olvido. El amor del rengo arrasaría conmigo, no estoy preparada para arder en sus brazos, me consumiría como un mal fuego.
Al anochecer, para que la curación de la señora que cura no se equivoque de portones llene de banderines su estancia, mientras gritaba para adentro "Haces bien en poner banderines de aviso, en el límite oscuro que relumbra de noche” la  señora que cura no me dijo que recitara a Lorca, pero yo pensé que era un lindo detalle.
Cuando volví a mi cama, cansada de tantos aprontes, embadurnada de pomada, brillante como una esclava, y con el sexo caliente de frotarme con esmero y la mano mojada de agua de ruda, oré las oraciones santas que la señora que cura me dio. Dije su nombre al revés y al derecho para pedirle a la patrona de las desesperadas que me lo sacara de la cabeza.
Sin plata, olorosa y muy caliente, cansada de caminar, me dormi. Crei que la señora que cura me había curado, porque pude dormir.
Mal paso te marcha, rengo perverso, dije entresueños.
y esa noche soñé que el rengo me amaba.

martes, 12 de agosto de 2014

el twitter matinal mio de cada dia (se lee de abajo para arriba)


algo viejo que merece volver a leerse.

cateterismo

La mañana se desliza entre nescafé y el viaje a la clínica, él manejando con auto mientras el otoño, otro otoño, otro mas, casi rutina y des...