Orleans


Escribí este cuento en agosto del 2009. Gran lectora del género, hoy publico de nuevo ORLEANS  (dedicado a la memoria de Ray Bradbury)

La gente de ese suburbio marciano no tenía esperanzas. Eran de la última oleada inmigratoria, y habían viajado gracias a un subsidio de la Confederación.
Ese subsidio era una trampa. Nadie que hubiera podido elegir trabajaría allí, y al final al gobierno le pareció un buen negocio becar el viaje a hombres sin familia. Poblar era indispensable para que el mantenimiento de la Estación Orleáns fuera posible, sin traslados de técnicos y equipos.
Entonces cuatrocientos hombres sin familia vinieron a Orleáns y armaron el barrio, y trabajaron a destajo en la Estación que daba energía al resto de Marte.
El exilio y las malas condiciones laborales sumadas a cierta precariedad traída de la Tierra no mejoraron la fama de la localidad.
Estos cuatrocientos obreros venían de la Tierra escandalosamente marginados. Habían sido elegidos de un archivo de personas calificadas como sujetos de investigaciones para protocolos de medicamentos nuevos en etapas de exploración. Pobres gentes.
De ese listado se hizo la convocatoria para las becas. El entrenamiento recibido para ser útiles a la estación Orleáns consistía poco más que en apretar perillas.

Marcia había viajado a Orleáns con la secreta intención de encontrar marido. Era hermosa, pero por algún rencor secreto no había tenido suerte con los hombres. Cuatrocientos terráqueos sin esposa parecía una salida a la soledad. Ella se veía a si misma como seca por dentro. Hombres estériles por el trabajo con los medicamentos era la elección de Marcia.

Había puesto una tienda de productos exóticos, para proveer por encargo a los trabajadores de la Estación. Cada semana tomaba el trasbordador y se iba a la ciudad a recibir el envió terráqueo (cosas baratas, no era población de comprar exquisiteces) que venía de la Tierra. Barras de turrón, mantequilla de maní, alguna conserva necesaria para una receta de familia con la que se festejaba un cumpleaños, antejos de sol inútiles para Marte, gorras de los Red Sox. Con eso se mantenía decentemente y sin apuros económicos, pero después de dos años con la tienda se dio cuenta de que paulatinamente iba perdiendo las ganas de tener un compañero. La rutina de la compraventa, los viajes de fin de semana, los libros traídos de la tierra, ediciones baratas para mujeres desesperadas, que cada noche leía la hacían olvidar de los sueños.
Era de las pocas mujeres que trabajaban en Orleáns, junto con las de la cantina donde se divertían los técnicos de la Estación,. Allí habia cincuenta mujeres, especies de geishas del subdesarrollo, algunas terráqueas, algunas marcianas, pero sobre todo ginnis, que por veinte dolares de la confederación entretenían sin esperar nada. Los hombres repartían su tiempo libre entre las mujeres de la cantina y las horas de siesta con viejos playstation, con cintas que reproducían programas de televisión vistos en la Tierra,con música de la década del dosmilveinte.
Marcia había hecho que la respetaran. No era más que una treintañera y desde niña vivía en Marte, antes de que la estación Orleáns siquiera estuviera planificada. Los hombres que compraban en la tienda no parecían interesados en cortejo alguno. Pagaban con dólares de la Confederación y reían despreocupadamente, y algunos se suicidaban tirándose del edificio de la Estación, mermando la cifra de cuatrocientos lenta e invisiblemente. Eran reemplazados por otros de la misma lista.
También pululaban en las márgenes del pueblo, muchos ginnis, nacidos y criados en Marte, mestizos hijos de marcianos y terráqueos,,que hablaban con acento, que nadie quería demasiado, y que por otra parte acentuaban la peligrosidad del suburbio.
Los ginnis no trabajaban en la Estación, todos recibían pensión de la Confederación y además no eran gente estable. Eran nómadas, este planeta es nuestro parecían decir cada año que la policía militar les pedía que se censaran.
Ese domingo las motas de polvo marciano volaban en el cálido aire de abril, la esfera azul de la tierra se veía en el horizonte, colgada como una pelota de niño. La temperatura era agradable y los volcanes apagados ofrecían una silueta que evocaba una infancia feliz en Oregon ,infancia tan remota que Marcia terminaba inventando a fuerza de hacer memoria

Un ginni entra en la tienda de Marcia y empieza a revolver en las bateas donde minúsculos pendrives están de oferta. Algunos coleccionistas encontraron en esos pendrives verdaderas piezas de museo que se vendieron por muchísimos dólares. Siempre fue una lotería revisarlos y los cazadores de piezas raras pedían a Marcia que mirara uno por uno para ver si daba con algún hallazgo arqueológico.
El ginni tenía más de marciano que de terráqueo. Era un mestizo alto y con un dejo naranja en su piel. Estaba vestido con una moda de tres años atrás. Ya nadie usaba asi las solapas.
-¿Qué necesita? le dijo Marcia pensando en que no se veía mal por ser un ginni y encima pobre y mal vestido.(estoy necesitando un hombre, no puedo seguir sola, pensaba mientras alisaba la última partida de camisas hawaianas que trajo la encomienda)
-Me dijeron que acá podía encontrar fotos digitales
– ¿Digitales? No, mire, esta no es una tienda de anticuario. Yo traigo cosas de la Tierra, pero si bien Ud. puede confundirse por las bateas, no es nuestro rubro, debería probar en la ciudad, en la cadena Hors de rezagos terrestres. Yo no veo fotos digitales desde que era niña.
El ginni la escuchaba con esa mirada marciana que nunca se sabe que quiere decir. Marcia se cerró el escote, porque sentía su mirada naranja como un sol de antes de la Era del agua escasa.
-Ya es la hora de cerrar, si no puedo venderle nada, le pido señor…
– Yard Wayne, para ud. Yard.
Marcia río por el nombre. Yard significaba “el patio de atrás donde se tiran cosas”, en un ingles del tiempo en que todavía había casas con patio trasero. Un anacronismo.. Su padre terráqueo había hecho un chiste de mal gusto poniéndole ese nombre a su hijo. Como en el pasado en todas las guerras de la tierra, siempre el padre era de los colonizadores y la madre de los vencidos y eso había pasado en Corea, en Vietnam, en Irak, en Bosnia, y en todas las guerras que asolaron el pasado. Los vicios terrestres se trajeron a Marte y nada de Mundo Nuevo, como los teóricos de la colonización espacial habían propagandeado. Su propio nombre, Marcia, elegido en Oregon, hablaba de una apuesta fuerte al viaje a la tierra prometida que sus padres habían comprado con una hipoteca que pagaron hasta la muerte… Marcia, la que iba a ser criada en Marte…
– Bueno Yard, tengo que cerrar.
Y cada día, desde esa tarde luminosa de abril, de esa primavera de Orleáns el ginni vino a la tienda de Marcia a preguntar por excéntricos productos terrestres. Y cada vez mas Marcia olvidaba que tenia la piel naranja, que estaba mal vestido, que olía como un ginni.
Cuatrocientos terrestres sin familia quedaron desplazados por un solo ginni naranja. Cuatrocientos mandíbulas hicieron ruido cuando Marcia apareció con su embarazo vendiendo mantecados y tarjetas de béisbol con Yard atrás del mostrador de la tienda. Ochocientos brazos perdieron la oportunidad de abrazar a una mujer que buscaba un hombre en un planeta rojo, como siempre las mujeres buscaron hombres en cualquier planeta.
Las maquinas del amor superan los tratados interplanetarios y los planes que los mortales hacen para sus vidas. Al llegar el nuevo abril, un nuevo ginni, un bebe, esta vez menos naranja desmentía el precepto de que hay una sola forma de encontrarse entre vencedores y vencidos y sucedió que en el momento del censo de la Confederación Yard pudo dar un domicilio fijo en la Estación de Orleáns, y Marcia se dio cuenta de que en realidad habia encontrado a un hombre a quien amar y tener un hijo, y olvidar el rencor.
Mientras el primer niño de Orleáns reía en la vereda de la tienda de Marcia, el suburbio empezó simplemente a tener alguna esperanza y la pelota azul que flotaba en el cosmos era una luna en la primavera que avanzaba por el suburbio de Orleans.
Nilda Allegri. https://elnosoyloquedeberia.wordpress.com/2009/08/28/un-cuento-de-la-otra-orleans-dedicado-al-viejo-ray-bradbury/

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