calles de manhattan, nina simone, un fantasma adentro de un vaso y una manera de escribir muy artliana

Una tarde hace bastante Diego me mandó un cuento de de una revista de ciencia ficciòn. Pero en realidad podria haber estado en un volumen grueso de papel amarillo, con las hojas mal cortadas -de esos que no se ven mas, ni siquiera en librerias de corrientes, tal vez en librerias de viejo, en galerías de mala muerte donde reina el olor a humedad,  el atiborramiento, y la desolaciòn.

El cuento tiene algo que siempre me enternece: el hablar impostado que acà es una parodia, porque el autor es (copio)
 un poeta, escritor y científico argentino (Salta, 1950). Profesor Titular de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en Tandil, donde reside, e Investigador del CONICET. Su especialidad es la Fotónica: láseres y tecnologías de la luz. 
y que siempre se le achaca a  Arlt, el escribir pomposo y hasta mal.  Arlt es el maestro en ese registro.. Había leído rusos y franceses en traducciones que solían usar un lenguaje arcaico (el cierzo helado, la cellizca). Jorge Auclino, afirma que Arlt era plenamente conciente en usar ese lenguaje, que eso en un tipo tan sensible a la realidad porteña no podía no ser sino paródico.

 La crítica de Arlt era la del arcaísmo local, porque ya era arcaico para nosotros ese tipo de lenguaje (recuérdese la parodia de Borges en "El aleph" a través de la figura de Carlos Argentino Daneri)
Traigo a Artl y a las traducciones y eso vuelto sobre la propia escritura porque Hector Ranea escribe acá como una de las traducciones de Chandler. Parece simplemente el cuento, una traducción y no algo escrito en Tandil. Es seguramente un homenaje a las lecturas de juventud.
Mas temprano que tarde voy a escribir mi propia "hermana pequeña"  porque tengo todos los elementos del genero nadando en mi sangre.
En tanto no lo haga, le agradezco a Diego el cuento, a Nina Simone  la canción y a uds. como siempre el aguante

.


—¡Óyeme, hermano! —me dijo un anciano de color en el muelle de la Calle 24, casi en la Bahía de Gravesend.
No le di lugar al pedido. A esa hora no hablaba con nadie. Hubiera querido ser un fantasma. Me encantaba caminar por New York de noche, pero a esos que quieren pegársete en cualquier instancia y a toda costa no los aguanto. Días atrás, un petimetre de Manhattan Sur, blanco él, bien rosadito y anglosajón, había creído, en ese bar de Tribecca tan atildado, que mi forma de deambular escondía un supuesto temor a confesarme gay y me persiguió por la mitad de la Greenwich hasta que, en la esquina de Worth, lo dejé durmiendo de un golpe. Eso no fue bueno para él, especialmente porque era noviembre y murió, supe después, de frío. Que se joda. No se molesta a nadie por querer ser un fantasma neoyorquino.
Pude dejar atrás a ese viejo y me adentré en el Village, otra vez, como si quisiera encontrar ahí algo que me faltaba para ser el fantasma que quería ser y, como solía suceder, entre el vapor de las alcantarillas, el ajetreo insensible de las ambulancias y los coches de policía, caí de nuevo en la esquina de Thompson y Bleeke. Precisamente esa noche cantaba Nina Simone. No me dejaron entrar; logré colármeles por la entrada de servicio, donde nadie miraba a nadie, tratando de poner todo ese caos en forma de piscolabis ordenados. En el apuro, sólo atiné a tomar un vaso vacío y usado y me metí en el bar. Una vez allí, el barman, al verme con la copa vacía, me ofreció llenármela. Le pedí un old fashioned, lo que le sorprendió un poco, pero al rato me trajo uno rebosante en su copa límpida, recién pulida.
A Nina apenas se la veía, sentada en una silla baja, cubierta de periodistas y amigos que celebraban el acontecimiento y, cuando la pude ver, supe por qué había elegido este destino de fantasma.

Si hubiera sido uno más en el metro, yendo y viniendo de la Columbia al Empire y viceversa, nunca hubiera podido conocerla y ella tampoco a mí. Como en las malas películas, nos vimos cara a cara a través del arco que el brazo de uno de sus productores dejaba al meterse las manos en los bolsillos. Era lindo ver cómo ella podía tomar de una copa igual que todos los blancos y se la veía contenta, feliz de estar en ese bar, en ese momento, mientras pensaba sus canciones. Entonces me vio. Y supo que había visto un fantasma. Su cara se iluminó diferente, con una sonrisa. Bella como era, le sonreí como a mi hermana, de modo que no me creyera realmente un fantasma. Ella gritó:
—¡Óyeme, hermano! ¡Quiero cantar “Just in time”, ya!
—¡Genial, hermana! ¡Vamos, que la gente te dará ánimos! Empecemos —dijo Hamilton, ya sentado a la batería.
Y ella, dulce, caliente, comenzó:

Just in time
you’ve found me just in time.
Before you came my time was running low…

No me quedé hasta el final de todas las canciones porque, en verdad, ésta había sido la canción definitiva… “Te encontré en el momento preciso… me encontraste en el momento preciso”… Yo iba canturreando esa canción aún por Bleeke, bien dentro de la niebla, cuando me cruzó de nuevo el viejo negro. Rengueaba un poco.
—¡Hermano! Te encontré justo a tiempo. Acompáñame. Esta vez no iremos al hospicio, te lo juro. Entrégate, que esta vez será todo más tranquilo.
Juro que dijo eso y su voz apaciguó en mí toda la desesperación de esa noche magnífica. Me entregué, me dejé llevar.
—¡Hijo de puta, cómo nos haces correr! Tres veces en tres días, con sus noches. Te escapas de todas. No sé cómo haces, pero te juro que no lo volverás a hacer más. No, señor. Beethoven vuelve a Central Park, ¡sí, señor!
Mientras decía eso, dos lágrimas de bronce fundido se escapaban de mis ojos escuchando a Nina Simone cantar “I put a spell on you”, tan caliente que me ablandaba. El guardia negro puso dos tapones en mis oídos para que siguiera siendo sordo aún muerto. Y acá estoy, parado frente a toda esta gente que me mira sorprendida… Beethoven esculpido por Baerer(*), con un disco de Nina Simone entre sus ropas: primera canción, “Just in time”.


(*)la estatua de beethoven del central park  es de Baerer,

Comentarios

Maria ha dicho que…
Buena imaginación.Beethoven por New York y escuchando a Nina. Me gustó.
Saludos.

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