escrito desde una mesa en adrogué.

A mi me parecía que todos los árboles le hacían una cúpula, que todos se inclinaban hacia esa estatua, como si algun paisajista hubiera previsto, cuando plantó esos arboles hace cien años, que iban a caer concentricamente sobre el tipo sentado de la estatua. Pensé y ahora lo verifico, que se trataba de Esteban Adrogué que posiblemente no tuviera mas mérito que tener plata y ser ¿abogado? en un tiempo donde solo los niños ricos lo eran.
Un Adrogué de bronce, con el oprobio de la falta de montura, era mecido por esos árboles este invierno atroz, como si a él no le cupiera el invierno, como si en ese verde peremne de hojas finitas como plumas que lo abanicaban, estuviera siempre de primavera.
La estatua -si fuera persona- añoraría viejas elegancias, pero que diera gracias que estaba inalcanzable para los vándalos que venden las placas de bronce por kilo. Me juego un huevo que ese acero que se ve en la foto, fue en algun momento bronce y algun carrito lo habra montado con carton usado y botella rota.
Todo se cae, Pensé en escribir un cuento donde un padre hace algo terrible. Pensé en un cuento de Bradbury donde un niño se queda encerrado por sus compañeros en un armario de escuela el unico día del siglo en que sale el sol.
Mi padre no ha hecho cosas terribles, o tal vez si. Tal vez dejarme a merced de la ira de mi madre es tan terrible como insultarme. Me viene a la cabeza la palabra desguarecido.
Hoy tuve una alegria inmensa y una tristeza sin fin.  Pertenecen al mundo de lo intimo, pero no se compensan, conviven en mi espiritu, ora haciendome feliz, ora desdichada.
Cuando estuve tomando un café frente a la estatua de Adrogue, encerrado en la capsula movil e inestable de los árboles pensé en escribir un cuento que no sale ni saldrá.
Perdí mi mojo.

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