atar a la rata, satarsa o de un cuento cruel, en un mundo cruel, donde hay gente que caza ratas o es cazada como ratas o.
Mi laburo consiste en escuchar historias crueles de la boca de santos inocentes. A veces. Otras no.
Escuchaba el relato de una niña de diecisiete cuya familia vendia droga.El crimen no saca de pobre a los pobres y fueron allanados cuando ella tenia once en un operativo del tipo policias en accion, y de ahi en mas fines de semana de visita en las carceles de ezeiza, de marcos paz Me contaba como era ir a la carcel de visita y yo pensaba en Satarsa.
Estoy casi segura que nadie de acuerda de Satarsa, adan y nada, atar a las ratas, satarsa.
Palindromos, juegos de palabras, aroma mora nada adan . Y en el juego angustioso (decia Xavier Urrutia) de un espejo frente a otro, cae mi voz. Nos vemos la proxima semana, le digo, te espero.
Satarsa, un cuento de Cortazar
Escuchaba el relato de una niña de diecisiete cuya familia vendia droga.El crimen no saca de pobre a los pobres y fueron allanados cuando ella tenia once en un operativo del tipo policias en accion, y de ahi en mas fines de semana de visita en las carceles de ezeiza, de marcos paz Me contaba como era ir a la carcel de visita y yo pensaba en Satarsa.
Estoy casi segura que nadie de acuerda de Satarsa, adan y nada, atar a las ratas, satarsa.
Palindromos, juegos de palabras, aroma mora nada adan . Y en el juego angustioso (decia Xavier Urrutia) de un espejo frente a otro, cae mi voz. Nos vemos la proxima semana, le digo, te espero.
Satarsa, un cuento de Cortazar
Adán y raza, azar y nada 
Cosas así para encontrar    el rumbo, como ahora lo de atar a la rata, otro palíndroma pedestre y pegajoso.    Lozano ha sido siempre un maniático de esos juegos que no parece ver como tal    puesto que todo se le da a la manera de un espejo que miente y al mismo tiempo    dice la verdad, le dice la verdad a Lozano porque le muestra su oreja derecha,    pero a la vez le miente porque Laura y cualquiera que lo mire verá la oreja    derecha como la oreja izquierda de Lozano, aunque simultáneamente la definan    como su oreja derecha; simplemente la ven a la izquierda, cosa que ningún espejo    puede hacer, incapaz de esa corrección mental, y por eso el espejo le dice a    Lozano una verdad y una mentira, y eso lo lleva desde hace mucho a pensar como    delante de un espejo; si atar a la rata no da más que eso, las variantes merecen    reflexión, y entonces Lozano mira el suelo y deja que las palabras jueguen solas    mientras que él las espera como los cazadores de Calagasta esperan a las ratas    gigantes para cazarlas vivas. 
Puede seguir así durante    horas, aunque en este momento la cuestión concreta de las ratas no le deja demasiado    tiempo para perderse en las posibles variantes. Que todo eso sea casi deliberadamente    insano no le extraña, a veces se encoge de hombros como si quisiera sacarse    de encima algo que no consigue explicar, con Laura se ha ahbituado a hablar    de la cuestión de las ratas como si fuera la cosa más normal y en realidad lo    es, por qué no va a ser normal cazar ratas gigantes en Calagasta, salir con    el pardo Illa y con Yarará a cazar ratas. Esa misma tarde tendrán que acercarse    de nuevo a las colinas del norte porque pronto habrá un nuevo embarque de ratas    y hay que aprovecharlo al máximo, la gente de Calagasta lo sabe y anda a las    batidas por el monte aunque sin acercarse a las colinas, y las ratas también    lo saben, por supuesto, y cada vez es más difícil campearlas y sobre todo capturarlas    vivas. 
Por todas esas cosas a Lozano    no le parece nada absurdo que la gente de Calagasta viva ahora casi exclusivamente    de la captura de las ratas gigantes, y es en el momento en que prepara unos    lazos de cuero muy delgado y que le salta el palíndroma de atar a la rata y    se queda con un lazo quieto en la mano, mirando a Laura que cocina canturreando,    y piensa en el palíndroma miente y dice la verdad como todo espejo, claro que    hay que atar a la rata porque es la única manera de mantenerla viva hasta enjaularla(s)    y dárselas a Porsena que estiba las jaulas en el camión que cada jueves sale    para la costa donde espera el barco. Pero también es una mentira porque nadie    ha atado jamás una rata gigante como no sea metafóricamente, sujetándola del    cuello con una horquilla y enlazándola hasta meteral en la jaula, siempre con    las manos bien lejos de la boca sanguinolenta y de las garras como vidrios manoteando    el aire. Nadie atará nunca a una rata, y menos desde la última luna en que Illa,    Yarará y los otros han sentido que las ratas desplegaban nuevas estrategias,    se volvían aún más peligrosas por invisibles y agazapadas en refugios que antes    no empleaban, y que cazarlas se va a volver cada vez más difícil ahora que las    ratas los conocen y hasta los desafían. 
-Todavía tres o cuatro meses    -le dice Lozano a Laura, que está poniendo los platos en la mesa bajo el alero    del rancho-. Después podremos cruzar al otro lado, las cosas parece más tranquilas.    
-Puede ser -dice Laura-,    en todo caso mejor no pensar, cuántas veces nos ha ocurrido equivocarnos. 
-Sí. Pero no nos vamos a    quedar siempre aquí cazando ratas. 
-Esmejor que pasar al otro    lado a destiempo y que las ratas seamos nosotros para ellos. 
Lozano ríe, anuda otro lazo.    Es cierto que no están tan mal, Porsena paga al contado las ratas y todo el    mundo vive de eso, mientras sea posible cazarlas habrá comida en Calagasta,    la compañía danesa que manda los barcos a la costa necesita cada vez más ratas    para Copenhague, Porsena cree saber que las usan para experiencias de genética    en los laboratorios. Por lo menos que sirvan para eso, dice a veces Laura. 
Desde la cuna que Lozano    ha fabricado con un cajón de cerveza viene la primera protesta de Laurita. El    cronómetro, la llama Lozano, el lloriqueo en el segundo exacto en que Laura    está terminando de preparar la comida y se ocupa del biberón. Casi no necesitan    un reloj con Laurita, les da la hora mejor que el bip-bip de la radio, dice    riéndose Laura que ahora la levanta en brazos y le muestra el biberón, Laurita    sonriente y ojos verdes, el muñón golpeando en la palma de la mano izquierda    como en un remedo de tambor, el diminuto antebrazo rosado que termina en una    lisa semiesfera de piel; el doctor Fuentes (que no es doctor pero da igual en    Calagasta) ha hecho un trabajo perfecto y no hay casi huella de cicatriz, como    si Laurita no hubiera tenido nunca una mano ahí, la mano que le comieron las    ratas cuando la gente de Calagasta empezó a cazarlas a cambio de la plata que    pagaban los daneses y las ratas se replegaron hasta que un día fue el contraataque,    la rabiosa invasión nocturna seguida de fugas vertitginosas, la guerra abierta,    y mucha gente renunció a cazarlas para solamente defenderse con trampas y escopetas,    y buena parte volvió a cultivar la mandioca o a trabajar en otros pueblos de    la montaña. Pero otros siguieron cazándolas, Porsena pagaba al contado y el    camión salía cada jueves hacia la costa, Lozano fue el primero en decirle que    seguiría cazando ratas, se lo dijo ahí mismo en el rancho mientras Porsena miraba    la rata que Lozano había matado a patadas mientras Laura corría con Laurita    a lo del doctor Fuentes y ya no se podía hacer nada, solamente cortar lo que    quedaba colgando y conseguir esa cicatriz perfecta para qu eLaurita inventara    su tamborcito, su silencioso juego. 
Al pardo Illa no le molesta    qu Lozano juegue tanto con las palabras, qui´n no es loco a su manera, piensa    el pardo, pero le gusta menos que Lozano se deje llevar demasiado y por ahí    quiera que las cosas se ajusten a sus juegos, que él y Yarará y Laura lo sigan    por ese camino como en tantas otras cosas lo han seguido en esos años desde    la fuga por las quebradas del norte después de las masacres. En esos años piensa    Illa, ya ni sabemos si fueron semanas o años, todo era verde y continuo, la    selva con su tiempo propio, sin soles ni estrellas, y después las quebradas,    un tiempo rojizo, tiempo de piedra y torrentes y hambre, sobre todo hambre,    querer contar los días o las semanas era como tener todavía más hambre, entonces    habían seguido los cuatro, primero los cinco pero Ríos se mató en un despeñadero    y Laura estuvo a punto de morirse de frío en la montaña, ya que estaba de seis    meses y se cansaba pronto, tuvieron que quedarse vaya a saber cuánto abrigándola    con fuegos de pasto seco hasta que pudo caminar, a veces el pardo Illa vuelve    a ver a Lozano llevando a Laura en brazos y Laura noq ueriendo, diciendo que    ya está bien, que puede caminar, y seguir hacia el norte, hasta la noche en    que los cuatro vieron las lucecitas de Calagasta y supieron que por el momento    todo iría bien, que esa noche comerían en algún rancho aunque después los denunciaran    y llegara el primer helicóptero a matarlos. Pero no los denunciaron, ahí ni    siquiera conocían las posibles razones para denunciarlos, ahí todo el mundo    se moría de hambre como ellos hasta que alguien descubrió a las ratas gigantes    cerca de las colinas y Porsena tuvo la idea de mandar una muestra a la costa.    
-Atar a la rata no es más    que atar a la rata -dice Lozano-. No tiene ninguna fuerza porque no te enseña    nada nuevo y porque además nadie puede atar a una rata. Te quedás como al principio,    esa es la joda con los palindromas. 
-Ajá -dice el pardo Illa.    -Pero si lo pensás en plural todo cambia. Atar a las ratas no es lo mismo que    atar a la rata. -No parece muy diferente. 
-Porque ya no vale como    palindroma -dice Lozano-. Nomás que ponerlo en plural y todo cambia, te nace    una cosa nueva, ya no es el espejo o es un espejo diferente que te muestra algo    que no conocías. 
-¿Qué tiene de nuevo? 
-Tiene que atar a las ratas    te da Satarsa la rata. 
-¿Satarsa? 
-Es un nombre, pero todos    los nombres aislan y definen. Ahora sabés que hay una rata que se llama Satarsa.    Todas tendrán nombres, seguro, pero ahora hay una que se llama Satarsa. 
-¿Y qué ganás con saberlo?    
-Tampoco sé, pero sigo.    Anoche pensé en dar vuelta el asunto, desatar en vez de atar. Y en cuanto pensé    en desatarlas vi la palabra al revés y daba sal, rata, sed. Cosas nuevas, fíjate,    la sal y la sed. 
-No tan nuevas -dice Yarará    que escucha de lejos-, aparte de que siempre andan juntas. 
-Ponele -dice Lozano-, pero    muestran un camino, a lo mejor es la única manera de acabar con ellas. 
-No las acabemos tan pronto    -se ríe Illa-, de qué vamos a vivir si se acaban. 
Laura trae el primer mate    y espera, apoyándose un poco en el hombro de Lozano. El pardo Illa vuelve a    pensar que Lozano juega demasiado con las palabras, que en una de esas se va    a bandear del todo, que todo se va a ir al diablo. 
Lozano también lo piensa    mientras prepara los lazos de cuero, y cuando se queda solo con Laura y Laurita    les habla de eso, les habla a las dos como si Laurita pudiera comprender y a    Laura le gusta que incluya a su hija, que estén los tres más juntos mientras    Lozano les habla de Starsa o de cómo salar el agua para acabar con las ratas.    
-Para atarlas de veras -se    ríe Lozano-. Fijate si no es curioso, el primer palindroma que conocí en mi    vida también hablaba de atar a alguien, no se sabe a quién, pero a lo mejor    ya era Satarsa. Lo leí en un cuento donde había muchos palindromas pero solamente    me acuerdo de ese. 
-Me lo dijiste una vez en    Mendoza, creo, se me ha borrado. 
-Atale, demoníaco Caín,    o me delata -dice cadenciosamente Lozano, casi salmodiando para Laurita que    se ríe en la cuna y juega con su ponchito blanco. 
Laura asiente, es cierto    que ya están queriendo atar a alguien en ese palindroma, pero para atarlo tienen    que pedírselo nada menos que a Caín. Tratándolo de demoníaco por si fuera poco.    
-Bah -dice Lozano-, la convención    de siempre, la buena conciencia arrastrándose en la historia desde el vamos,    Abel el bueno y Caín el malo como en las viejas películas de cowboys. 
-El muchacho y el villano    -se acuerda Laura casi nostálgica. 
-Claro que si el inventor    de ese palindroma se hubiera llamado Baudelaire, lo de demoníaco no sería negativo,    sino todo lo contrario. ¿Te acordás? 
-Un poco -dice Laura-. Raza    de Abel, duerme, bebe y come, Dios te sonríe complacido. 
-Raza de Caín, repta y muere    miserablemente en el fango. 
-Sí, y en una parte dice    algo como raza de Abel, tu carroña abonará el suelo humeante, y después dice    raza de Caín, arrastra a tu familia desesperada a lo largo de los caminos, algo    así. 
-Hasta que las ratas devoren    a tus hijos -dice Lozano casi sin voz. 
Laura hunde la cara en las    manos, hace ya tanto que ha aprendido a llorar en silencio, sabe que Lozano    no va a tratar de consolarla, Laurita sí, que encuentra divertido el gesto y    se ríe hasta que Laura baja las manos y le hace una mueca cómplice. Ya va siendo    la hora del mate. 
Yarará piensa que el pardo    Illa tiene razón y que en una de esas la chifladura de Lozano va a acabar con    esa tregua en la que por lo menos están a salvo, por los menos viven con la    gente de Calagasta y se quedan ahí porque no se puede hacer otra cosa, epserando    que el tiempo aplaste un poco los recuerdos del otro lado y que también los    del otro lado se vayan olvidando de que no puedieron atraparlos, de que en algún    lugar perdido están vivos y por eso culpables, por eso la cabeza a precio, incluso    la del pobre Ruiz despeñado de un barranco hace tanto tiempo. 
-Es cuestión de no seguirle    la corriente -piensa Illa en voz alta-. Yo no sé, para mí siempre es el jefe,    tiene eso, comprendés, no sé qué, pero lo tiene y a mí me basta. 
-Lo jodió la educación -dice    Yarará-. Se la pasa pensando o leyendo, eso es malo. 
-Puede. Yo no sé si es eso,    Laura también fue a la facultad y ya ves, no se le nota. No me parece que sea    la educación, lo que lo pone loco es que estemos embretados en este aujero,    y lo que pasó con Laurita, pobre gurisa. 
-Vegarse -dice Yarará-.    Lo que quiere es vengarse. 
-Todos queremos vengarnos,    unos de los milicos y otros de las ratas, es difícil guardar la cabeza fresca.    
A Illa se le ocurre que    la locura de Lozano no cambia nada, que las ratas siguen ahí y que es difícil    cazarlas, que la gente de Calagasta no se anima a ir demasiado lejos porque    se acuerdan de los cuentos, del esqueleto del viejo Millán o de la mano de Laurita.    Pero también ellos están locos, y sobre todo Porsena con el camión y las jaulas,    y los de la costa y los daneses están todavía más locos gastando plata en ratas    para vaya a saber qué. Eso no puede durar mucho, hay chifladuras que se cortan    de golpe y entonces será de nuevo el hambre, la mandioca cuando haya, los chicos    muriéndose con las barrigas hinchadas. Por eso mejor estar locos, al fin y al    cabo. 
-Mejor estar locos -dice    Illa, y Yarará lo mira sorprendido y después se ríe, asiente casi. 
-Cuestión de no seguirle    el tren cuando la empieza con Satarsa y la sal y esas cosas, total no cambia    nada, él es siempre el mejor cazador. 
-Ochenta y dos ratas -dice    Illa-. Le batió el récord a Juan López, que andaba en las setenta y ocho. 
-No me hagás pasar calor    -dice Yarará-, yo con mis treinta y cinco apenas. 
-Ya ves -dice Illa-, ya    ves que él siempre es el jefe, por donde lo busques. 
Nunca se sabe bien cómo    llegan las noticias, de golpe hay alguien que sabe algo en el almacén del turco    Adab, casi nunca indica la fuente, pero la gente vive tan aislada que las noticias    llegan como una bocanada del viento del oeste, el único capaz de traer un poco    de fresco y a veces de lluvia. Tan raro como las noticias, tan breve como el    agua que acaso salvará los cultivos siempre amarillos, siempre enfermos. Una    noticia ayuda a seguir tirando, aunque sea mala. 
Laura se entera por la mujer    de Abad, vuelve al rancho y la dice en voz baja como si Laurita pudiera comprender,    le alcanza otro mate a Lozano que lo chupa despacio, mirando el suelo donde    un bicho negro progresa despacio hacia el fogón. Alargando apenas la pierna    aplasta al bicho y termina el mate, lo devuelve a Laura sin mirarla, de mano    a mano como tantas veces, como tantas cosas. 
-Habrá que irse -dice Lozano-.    Si es cierto, estarán muy pronto aquí. 
-¿Y adónde? 
-No sé, y aquí nadie lo    sabrá tampoco, viven como si fueran los primeros o los últimos hombres. A la    costa en el camión, supongo, Porsena estará de acuerdo. 
-Parece un chiste -dice    Yarará, que arma un cigarrillo con lentos movimientos de alfarero-. Irnos con    las jaulas de las ratas, date cuenta. ¿Y después? 
-Después no es problema    -dice Lozano-. Pero hace falta plata para ese después. La costa no es Calagasta,    habrá que pagar para que nos abran camino al norte. 
-Pagar -dice Yarará-. A    eso habremos llegado, tener que cambiar ratas por la libertad. 
-Peor son ellos que cambian    la libertad por ratas -dice Lozano. 
Desde su rincón donde se    obstina en remendar una bota irremediable, Illa se ríe como si tosiera. Otro    juego de palabras, pero hay veces en que Lozano da en el blanco y entonces casi    parece que tuviera razón con su manía de andar dando vuelta los guantes, de    verlo todo desde la otra punta. La cábala del pobre, ha dicho alguna vez Lozano    
. -La cuestión es la gurisa    -dice Yarará-. No nos podemos meter en el monte con ella. 
-Seguro -dice Lozano-, pero    en la costa se puede encontrar algún pesquero que nos deja más arriba, es cuestión    de suerte y de plata. Laura le tiende un mate y espera, pero ninguno dice nada.    -Yo pienso que ustedes dos deberían irse ahora -dice Laura sin mirar a nadie-.    Lozano y yo veremos, no hay por qué demorarse más, váyanse ya por la montaña.    
Yarará enciende un cigarrillo    y se llena la cara de humo. No es bueno el tabaco de Calagasta, hace llorar    los ojos y le da tos a todo el mundo. 
-¿Alguna vez encontraste    una mujer más loca? -le dice a Illa. 
-No, che. Claro que a lo    mejor quiere librarse de nosotros. 
-Váyanse a la mierda -dice    Laura dándoles la espalda, negándose a llorar. 
-Se puede conseguir suficiente    plata -dice Lozano-. Si cazamos bastantes ratas. 
-Si cazamos. 
-Se puede -insiste Lozano-.    Es cosa de empezar hoy mismo, irnos a buscarlas. Porsena nos dará la plata y    nos dejará viajar en el camión. 
-De acuerdo -dice Yarará-,    pero del dicho al hecho ya se sabe. 
Laura espera, mira los labios    de Lozano como si así pudiera no verle los ojos clavados en una distancia vacía.    
-Habrá que ir hasta las    cuevas -dice Lozano-. No decirle nada a nadie, llevar todas las jaulas en la    carreta del tape Guzmán. Si decimos algo nos van a salir con lo del viejo Millán    y no van a querer que vayamos, ya sabés que nos aprecian. Pero el viejo tampoco    les dijo nada esa vez y fue por su cuenta. 
-Mal ejemplo -dice Yarará.    
-Porque iba solo, porque    le fue mal, por lo que quieras. Nosotros somos tres y no somos viejos. Si las    acorralamos en la cueva, porque yo creo que es una sola cueva y no muchas, las    fumigamos hasta hacerlas salir. Laura nos va a cortar esa piel de vaca para    envolvernos bien las piernas arriba de las bota. Y con la plata podemos seguir    al norte. 
-Por las dudas llevamos    todos los cartuchos -le dice Illa a Laura-. Si tu marida tiene razón habrá ratas    de sobra para llenar diez jaulas, y las otras que se pudran a tiro limpio, carajo.    
-El viejo Millán también    llevaba la escopeta -dice Yarará-. Pero claro, era viejo y estaba solo. 
Saca el cuchillo y o prueba    en un dedo, va a descolgar la piel de vaca y empieza a cortarla en tiras regulares.    Lo va a hacer mejor que Laura, las mujeres no saben manejar cuchillos. 
El zaino tira siempre hacia    la izquierda, aunque el tobiano aguanta y la carreta sigue abriendo una vaga    huella, derecho al norte en los pastizales; Yarará tiende más las riendas, le    grita al zaino que sacude la cabeza como protestando. Ya casi no hay luz cuando    llegan al pie del farallón, pero de lejos han visto la entrada de la cueva dibujándose    en la piedra blanca; dos o tres ratas los han olido y se esconden en la cueva    mientras ellos bajan las jaulas de alambre y las disponen en semicírculo cerca    de la entrada. El pardo Illa corta pasto seco a machetazos, bajan estopa y kerosene    de la carreta y Lozano va hasta la cueva, se da cuenta de que puede entrar agachando    apenas la cabeza. Los otros le gritan que no sea loco, que se quede afuera,    ya la linterna recorre las paredes buscando el túnel más profundo por el que    no se puede pasar, el agujero negro y moviente de puntos rojos que el haz de    luz agita y revuelve. 
-¿Qué hacés ahí? -le llega    la voz de Yarará-. ¡Salí, carajo! 
-Satarsa -dice Lozano en    voz baja, hablándole al agujero desde donde lo miran los ojos en torbellino-.    Salí vos, Satarsa, salí rey de las ratas, vos y yo solos, vos y yo y Laurita,    hijo de puta. 
-¡Lozano! 
-Ya voy, nene -dice despacio    Lozano. Elige un par de ojos más adelantados, los mantiene bajo el haz de luz,    saca el revólver y tira. Un remolino de chispas rojas y de golpe nada, capaz    que ni siquiera le dio. Ahora solamente el humo, salir de la cueva y ayudar    a Illa que amontona el pasto y la estopa, el viento los ayuda; Yarará acerca    un fósforo y los tres esperan al lado de las jaulas; Illa ha dejado un pasaje    bien marcado para que las ratas puedan escapar de la trampa sin quemarse, para    enfrentarlas justo delante de las jaulas abiertas. 
-¿Y a esto le tenían miedo    los de Calagasta? -dice Yarará-. Capaz que el viejo Millán se murió de otra    cosa y se lo comieron ya fiambre. 
-No te fíes -dice Illa.    
Una rata salta afuera y    la horquilla de Lozano la atrapa por el cuello, el lazo la levanta en el aire    y la tira en la jaula; a Yarará se le escapa la que sigue, pero ahora salen    de a cuatro o cinco, se oyen los chillidos en la cueva y apenas tienen tiempo    de atrapar a una cuando ya cinco o seis resbalan como víboras buscando evitar    las jaulas y perderse en el pastizal. Un río de ratas sale como un vómito rojizo,    allí donde se clavan las horquillas hay una presa, las jaulas se van llenando    de una masa convulsa, las sienten contra las piernas, siguen saliendo montadas    las unas sobre las otras, destrozándose a dentelladas para escapar al calor    del último trecho, desbandándose en la oscuridad. Lozano, como siempre, es el    más rápido, ya ha llenado una jaula y va por la mitad de la otra, Illa suelta    un grito ahogado y levanta una pierna, hunde la bota en una masa moviente, la    rata no quiere soltar y Yarará con su horquilla la atrapa y la enlaza, Illa    putea y mira la piel de vaca como si la rata estuviera todavía mordiendo. Las    más enormes salen al final, ya no parecen ratas y es difícil hundirles la horquilla    en el pescuezo y levantarlas en el aire; el lazo de Yarará se rompe y una rata    escapa arrastrando el pedazo de cuero, pero Lozano grita que no importa, que    apenas falta una jaula, entre Illa y él la llenan y la cierran a golpes de horquilla,    empujan los pasadores, con ganchos de alambre las alzan y las suben a la carreta    y los caballos se espantan y Yarará tiene que sujetarlos por el bocado, hablarles    mientras los otros trepan al pescante. Ya es noche cerrada y el fuego empieza    a apagarse. 
Los caballos huelen las    ratas y al principio hay que darles rienda, se largan al galope como queriendo    hacer pedazos la carreta, Yarará tiene que sofrenarlos y hasta Illa ayuda, cuatro    manos en las riendas hasta que el galope se rompe y vuelven a un trote intermitente,    la carreta se desvía y las ruedas se enredan en piedras y malezas, atrás las    ratas chillan y se destrozan, de las jaulas viene ya el olor a sebo, a mierda    líquida, los caballos lo huelen y relinchan defendiéndose del bocado, queriendo    zafarse y escapar, Lozano junta las manos como las de los otros en las riendas    y ajustan poco a poco la marcha, coronan el monte pelado y ven asomar el valle,    Calagasta con tres o cuatro luces apenas, la noche sin estrellas, a la izquierda    la lucecita del rancho en medio del campo como hueco, alzándose y bajando con    las sacudidas de la carreta, apenas quinientos metros, perdiéndose de golpe    cuando la carreta entra en la maleza donde el sendero es puro latigazo de espinas    contra las caras, la huella apenas visible que los caballos encuentran mejor    que las seis manos aflojando poco a poco las riendas, las ratas aullando y revolcándose    a cada sacudida, los caballos resignados, pero tirando como si quisieran llegar    ya, estar ya ahí donde los van a soltar de ese olor y esos chillidos para dejarlos    irse al monte y encontrarse con su noche, dejar atrás eso que los sigue y los    acosa y los enloquece. 
-Te vas volando a buscar    a Porsena -le dice Lozano a Yarará-, que venga en seguida a contarlas y a darnos    la plata, hay que arreglar para salir de madrugada con el camión. 
El primer tiro parece casi    en broma, débil y asilado, Yarará no ha tenido tiempo de contestarle a Lozano    cuando la ráfaga llega con un ruido de caña seca rompiéndose en mil pedazos    contra el suelo, una crepitación apenas más fuerte que los chillidos de las    jaulas, un golpe de costado y la carreta desviándose a la maleza, el zaino a    la izquierda queriendo arrancarse a los tirones y doblando las manos, Lozano    y Yarará saltando al mismo tiempo, Illa del otro lado, aplastándose en la maleza    mientras la carreta sigue con las ratas aullando y se para a los tres metros,    el zaino pateando en el suelo, todavía sostenido a medias por el eje de la carreta,    el tobiano relinchando y debatiéndose sin poder moverse. 
-Cortate por ahí -le dice    Lozano a Yarará. 
-Pa qué mierda -dice Yarará.    Llegaron antes, ya no vale la pena. 
Illa se les reúne, alza    el revólver y mira la maleza como buscando un claro. No se ve la luz del rancho,    pero saben que está ahí, justo detrás de la maleza a cien metros. Oyen las voces,    una que manda a gritos, el silencio y la nueva ráfaga, los chicotazos en la    maleza, otra buscándolos más abajo a puro azar, les sobran balas a los hijos    de puta, van a tirar hasta cansarse. Protegidos por la carreta y las jaulas,    por el caballo muerto y el otro que se debate como una pared moviente, relinchando    hasta que Yarará le apunta a la cabeza y lo liquida, pobre tobiano tan guapo,    tan amigo, la masa resbalando a lo largo del timón y apoyándose en las arcas    del zaino, que todavía se sacude de tanto en tanto, las ratas delatándolos con    chillidos que rompen la noche, ya nadie las hará callar, hay que abrirse hacia    la izquierda, nadar brazada a brazada en la maleza espinosa, echando hacia adelante    las escopetas y apoyándose para ganar medio metro, alejarse de la carreta donde    ahora se concentra el fuego, donde las ratas aúllan y claman como si entendieran,    como vengándose, no se puede atar a las ratas, piensa Illa, tenías razón mi    jefe, me cago en tus jueguitos, pero tenías razón, puta que te parió con tu    Satarsa, cuánta razón tenías, conchetumadre. 
Aprovechar que la maleza    se adelgaza, que hay diez metros en que es casi pasto, un hueco que se puede    franquear revolcándose de lado, las viejas técnicas, rodar y rodar hasta meterse    en otro pastizal tupido, levantar bruscamente la cabeza para abarcarlo todo    en un segundo y esconderse de nuevo, la lucecita del rancho y las siluetas moviéndose,    el reflejo instantáneo de un fusil, la voz del que da órdenes a gritos, la balacera    contra la carreta que grita y aúlla en la maleza Lozano no mira de lado ni hacia    atrás, ahí hay solamente silencio, hay Illa y Yarará muertos o acaso como él    resbalando todavía entre las matas y buscando un refugio, abriendo picada con    el ariete del cuerpo, quemándose la cara contra las espinas, ciegos y ensangrentados    topos alejándose de las ratas, porque ahora sí son las ratas, Lozano las está    viendo antes de sumirse de nuevo en la maleza, de la carreta llegan los chillidos    cada vez más rabiosos pero las otras ratas no están haí, las otras ratas le    cierran el camino entre la maleza y el rancho, y aunque la luz sigue encendida    en el rancho, Lozano sabe ya que Laura y Laurita no están ahí, o están ahí pero    ya no son Laura y Laurita ahora que las ratas han llegado al rancho y han tenido    todo el tiempo que necesitaban para hacer lo que habrán hecho, para esperarlo    como lo están esperando entre el rancho y la carreta, tirando una ráfaga tras    otra, mandando y obedeciendo y tirando ahora que ya no tiene sentido llegar    al rancho, y sin embargo otro metro, otro revolcón que le llena las manos de    espinas hirvientes, la dabeza asomándose para mirar, para ver a Satarsa, saber    que ése que grita instrucciones es Satarsa y todos los otros son Satarsa y enderezarse    y tirar la inútil andanada de perdigones contra Satarsa, que bruscamente gira    haci aél y se tapa la cara con las manos y cae haci atrás, alcanzado por los    perdigones que le han llegado a los ojos, le han reventado la boca, y Lozano    tirando el otro cartucho contra el que vuelve la ametralladora hacia él y el    blando estampido de la escopeta ahogado por la crepitación de la ráfaga, las    malezas aplastándose bajo el peso de Lozano que cae de boca entre las espinas    que se le hunden en la cara, en los ojos abiertos. 
Comentarios
Quique.
Por escuchar La venganza será terrible, en donde se estaba mencionando el tema de palíndromos y alguien envió éste de Cortázar... cuyo cuento recordaba pero quise chequear en qué libro de él estaba, llegué acá
Beso a la pasada