Nuestro tren. Un cuento del turco Asis.

Generalmente, los que subimos en el Tigre nos conocemos; llevamos casi todos un bolsón chiquito, de esos que dicen Air France, o Alitalia, y aunque nunca hablamos una palabra, con la mirada nos saludamos. Somos morochos, leemos la Crónica, cuando llueve traemos los zapatos embarrados, venimos del Rincón de Milberg, o por ahí. Tiene que verlo al tren a esa hora. Vacío, lleno de asientos para nosotros; todos para nosotros. Fumamos, arrancamos, a lo mejor cambiamos de asientos, total. En la primera estación suben más de los nuestros: es Carupá. Imagínese, mucha gente que viene de Pacheco, de todos esos barrios nuestros que hay por ahí. Y tiene que verlos; los muchachos se acomodan, miran para abajo, fuman, cuando llueve traen los zapatos embarrados, abren las ventanillas, las bajan, acomodan los bolsones o el paquete envuelto en papel de diario. Todavía, los muchachos también pueden darse el lujo de cambiar de asientos. La próxima, como usté sabe, es San Fernando; aquí suben más nuestros todavía. Claro, no voy a negarlo, hay excepciones. Pero son eso: excepciones y nada más. Los viera: tratan de sentarse aparte: son excepciones que ni siquiera nos miran. O si nos miran es como desde un andamio. Alguna piba que trabaja por el centro y vive por acá: algún corrector, pero los cuenta con los dedos de una mano. La mayoría son como nosotros: un paquete, un Clifton, una mirada por la ventanilla. La otra estación, Virreyes, también está ocupada por nosotros, con alguna oveja blanca pero no importa: ya el tren está ocupado por nosotros. Ya tiene nuestro olor. Mire, fíjese cuántos que somos. Anímese a contar la cantidad de bolsones y de miradas por la ventanilla y de Crónicas… Y eso que todavía nos falta Victoria. Victoria, es cómo decirle, es la vencida. Es el remate: es la prueba definitiva de nuestras fuerzas. Digamos que es un ataque nuestro, un ataque frontal, una invasión ciega. Ocurre que en Victoria hay transbordo; los nuestros que vienen desde Garín, de Maquinista Souto. ¿Souto se llama? Qué sé yo. Vio, de ese tren que viene desde no sé dónde, pero sé que viene lleno de nuestros. A Victoria. Con decirle que después de Victoria ya hay nuestros que tienen que viajar parados. Algún nuestro tiene que resignarse a viajar parado, y quién sabe hasta Retiro. Son cosas de Victoria. Yo tengo suerte porque vivo en el Tigre; subo en la terminal, sin problemas, hecho un capo, con todos los asientos a mi disposición. Pero los de Victoria no. Pobres, los habrá visto, suben apurados, corren y lamentablemente no hay asientos para todos. Es la ley del ferrocarril, no hay nada que hacerle. Pero a nosotros nos da lástima, de veras. Mire a ese pobre nuestro, mírele bien la cara: se le nota el cansancio en los ojos. Qué bien le vendría un asiento: pobre, parado, y al matadero. Después viene Béccar, y cómo explicarle, Béccar es una estación más bien al cohete, indefinida, traicionera. Ni es nuestra, ni es de ellos. Más bien es un poco, muy poco, de los dos. Que es como decir que es de ellos. Hay nuestros que tienen ilusiones y pactan con los de Béccar: pero yo pienso que no: los de Béccar traicionan siempre. Nosotros ya leemos la Crónica, o dormitamos, o nos preparamos para el picnic. Miramos por la ventanilla, disimulamos, porque ahora comienza el picnic, lo lindo: en San Isidro. En San Isidro empieza a subir la gente blanca. Las mujeres se aparecen con esos anteojos grandes, de colores: con esos zapatos que tienen una suela como de quince centímetros, y hacen un ruido cómico. Con carteritas libro. Los hombres con portafolios negros, chalecos con todo eso que utilizan para diferenciarse de nosotros. Las mujeres y los hombres con esos pantalones anchos que les cubren todo el zapato. Y si están acompañados, hablan. A veces también nos miran, pero desde un andamio, como acostumbran. Pero sabe una cosa: están parados. Tiene que verles las caras blancas: ya no hay más asientos. Son nuestros: si algún asiento de a dos se desocupa, corren, le juro. Pero si es un lugar solo, para uno, y está en la ventanilla alguno de nosotros, no se sientan, seguro. Sí, es posible que exagere: tal vez se atreven a sentarse con alguno de nosotros. Pero los tiene que ver: se ponen un diario en la cara para que no se la veamos. Y La Nación es un diario muy grande, ¿vio? Es un diario tan grande que hasta los protege de nuestro olor. Por eso se lo encajan bien al lado de la cara. Se aprietan, se arrinconan en la punta del asiento, con ganas de bajarse, cierto. Y van pasando esas otras estaciones que les pertenecen: Acassuso, La Lucila, zonas también de limpios. Y Martínez. Martínez siempre me llamó la atención: es donde suben más flaquitas de pelo largo que saben hablar difícil. Bah, difícil para nosotros: es donde suben más anteojudos con barbas, o bigotes, o con La Opinión en la mano, un diario también de ellos. Son todos blancos, se agarran de las manijas para no caerse. Parece que bailaran: tratan de leer, de hablar, de mirar: parados. Parados, y muchos de ellos también van al matadero, pero con una diferencia: no lo saben. Son fruncidos: es muy divertido mirarlos, peleándose entre ellos para sostenerse. Peleándose por las manijas, por apoyarse al lado de las puertas. Hay que detenerse a contemplarlos: controlan sus relojes, comentan, hacen muecas; parados. Desean sentarse, pero nosotros bajamos la mayoría en Retiro. Aunque para nosotros el picnic, el verdadero picnic, lo hacemos cuando sube la gente de Olivos, de Vicente López. Cuando suben todos esos blancos cogotudos y miran, nos miran: tienen anteojos, portafolios, palabras, flequillos, jeans. No aguantan: es un calvario para ellos. Transpiran, se cansan, bufan. Es ahí nuestro el tren; es en ese momento cuando nosotros los miramos, nos miramos, y reímos.

Comentarios

gorila gorila ha dicho que…
hay que haber viajado en el "Belgrano C" en los '70y lo entendés todo.
vodka ha dicho que…
no se quien sos,no puede ver tu bio x que es un perfil no disponible
he viajado mucho (incluso colgada, antes de que fuera electrico) en el Roca.
sigo viajando en el roca, pero para el lado de Lomas
no tengo idea del belgrano C, pero podes contarme.
bienvenido a mi blog
Frodo ha dicho que…
Excelente. Lo puedo trasladar a su primo ramal (un poco más humilde) de José León Suárez, pero sucede o mismo. El que allá es Victoria en el "nuestro" es Ballester, en el que es La Lucila es Urquiza, Vicente López-Olivos es "nuestro" Belgrano R-Colegiales.

Beso
vodka ha dicho que…
Para nosotros chetos son los de adrogue, acaso los de banfield (maso) pero se va haciendo mas lumpen a medida que se acerca a constitución.

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