gestos generosos: el caso de Silvio Soldan
Para quienes viven en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y alquilan, desde siempre y hasta hace muy poco, que entró en vigencia la nueva Ley de Alquileres, fue habitual tener problemas para conseguir garante. Históricamente se pidió la escritura de propiedad de una vivienda ubicada en el mismo distrito, y entonces, si la familia del locatario no contaba con esos papeles, había que salir a pedir el favor. Este favor (en cualquier contrato inmobiliario) implicaba un compromiso no menor: si el inquilino dejaba de pagar el alquiler, la propiedad que figuraba como garantía podía embargarse. ¿Cómo sabíamos que ese alquiler se iba a pagar mes a mes? No lo sabíamos, lo podíamos deducir por ingresos, estabilidad, solvencia económica, trabajo en relación de dependencia, fe en quien iba a alquilar y demás variables, pero nadie hace futurología. Como escribió Joan Didion: “la vida cambia en un instante. Un instante normal”.
En 1996 Inés trabajaba de reportera gráfica en El expreso, un diario, según su publicidad, “pequeño por comodidad, gigante por información” y según el portal Los Andes, “de furioso oficialismo y extraño formato de bolsillo”. En ese momento, el presidente era Carlos Menem. El dueño de este medio era Gerardo Sofovich, empresario de espectáculos designado por ese oficialismo como interventor de la cadena televisiva ATC (rol por el que fue procesado por administración fraudulenta y absuelto porque la causa prescribió). Inés era madre sola de Paula, que al momento tenía 9 años y era la mejor amiga de Catalina, que era la hija de Nadia y Ernesto, que hace un tiempo habían llegado de Bolivia, país de origen de Nadia, para construir vida acá. Como a veces pasa cuando dos nenas se vuelven inseparables, las madres (ambas criando solas) empezaron a hablar cada vez más, que están en tu casa, que duermen en la mía, que arreglemos para juntarlas en la semana. Eventualmente se percibió que había la suficiente confianza como para que Nadia le pidiera a Inés que saliera de garante en el alquiler de su departamento porque no conocía a nadie acá. Inés dijo que sí. Entonces se juntaron con el agente inmobiliario y sus escribanos y firmaron el contrato.
El tiempo siguió, por este andarivel, sin mayores sobresaltos; pero por otro lado el diario de Sofovich se iba a pique. Tuvo, finalmente, sólo 14 meses de circulación, hasta que en 1997 cerró y dejó a todos sus empleados sin trabajo y sin compensaciones. Es durante las vísperas de esta maraña que a Inés le pasan por debajo de la puerta, como factura de gas, como folleto de pizzería, como cualquier otra cosa sin ningún tipo de peso una carta documento. Decía, en poquísimas líneas, que se la intimaba al pago de los meses adeudados de alquiler (del departamento donde vivía Nadia) y que de lo contrario se tomarían acciones sobre su propiedad.
“Nadia me había dicho, en su momento, yo no conozco a mucha gente así que pensé en vos. Y yo había dicho bueno dale, sí, ningún problema. Salí de garante y pasó el tiempo, mucho tiempo, mucho tiempo, ella se había separado, pasaron como dos años, siempre nos veíamos y estaba todo bien, pero en eso me llega la carta, que era corta pero decía algo así como ‘usted debe mucho pero mucho dinero’”. Así lo cuenta Inés, que leyó la carta, el párrafo único, como cuatro veces. Hacía casi dos años que Nadia no pagaba el alquiler. Durante esos años, ocasionalmente, le había pedido plata prestada a Inés justamente para eso. “Cuestión que decía ‘así que como usted es garante va a tener que hacerse responsable usted’”, agrega. No recuerda la cifra (Paula sí: eran 50.000 dólares) pero sí el desconcierto y la sensación de no tener ni la más remota idea del próximo paso. Llamó a Nadia y le dijo que cómo no le había contado, a lo que respondió que bueno, que ella estaba sola, que no conocía a mucha gente “y que iba a quedar en la calle, bla bla bla, y se puso a llorar, y ahí yo le dije Nadia, tenemos que hacer algo, porque si no tengo que vender el departamento para pagar tu deuda”. Era el departamento en el que vivía con Paula. Nadia lloraba, Inés estaba perdida y anulada. Resolvieron, cuando pudieron pensar en resolver, que irían a hablar con el propietario del departamento de la deuda. Ese hombre era Silvio Soldán.
Para comienzos de 1997, año que figuraba en la carta documento (apenas unos meses antes de que El expreso cerrara para siempre), Soldán ya era un tipo conocido. Venía haciendo radio y había conducido tres ciclos de Feliz domingo (que estaba al aire con distintos conductores desde 1970 y lo estaría hasta 2005), un programa en vivo que constaba de entrevistas, shows, juegos, competencias por un viaje de egresados y que duraba 9 horas, de 13 a 22. Hoy 9 horas en vivo se considera reality. También era la cara y la voz de Telekino, la que nos pregunta, incluso hoy, ‘¿Y si esta semana te toca a vos?’. Sobre los años anteriores, dice wikipedia: “De niño cantaba en un coro de iglesia, además de otros coros de escuela. En 1963 estuvo en varias bandas de rock”. Pero en el ’97, año que figuraba en la carta documento, tenía 62 años, estaba al frente del programa de radio ‘La esquina de Soldán’, y vivía con su madre.
Inés fue fotoperiodista desde que empezó a trabajar hasta que se jubiló, hace algunos años. Antes y después de su fugaz paso por el fugaz Expreso, trabajó en la editorial Perfil, en la revista Caras. Para ésta había tenido que hacer guardias en la casa de Soldán más de una vez así que sabía dónde vivía, y cuando se enteró de que era el propietario, cuenta, algo en ella sintió calma, como si ese dato implicara una especie de salida, un asomo de solución o un vínculo aprestándose. “Así que fuimos con Nadia, las dos, a hablar con Silvio Soldán. Tocamos la puerta, nos atendió él y detrás vino la madre. Después la madre se fue al fondo y él nos hizo pasar. Nos dijo ‘siéntense, siéntense, ¿qué les pasa?’. Inés habló por las dos, le dijo que Nadia era la inquilina de su departamento en Bartolomé Mitre y que no había pagado por casi dos años, que además se había separado, en el medio Nadia lloraba, y ellas se miraban y, dice Inés, pensaban ‘a ver si se ablanda un poco’.
“Silvio dice bueno, a ver, vamos a ver, primero contame, vos, en qué trabajás”, refiriéndose a ella, que le dijo que era fotógrafa y que en ese momento estaba en El expreso (Soldán estaba al tanto de la situación que atravesaba el medio), que era madre sola y no tenía forma de pagar esa deuda. Inés se mantuvo entera, no le tembló la voz ni se le cayeron las lágrimas, Nadia no participaba de la conversación y poco a poco iba calmando el desconsuelo. Silvio escuchó y, sin mediar pausa para asegurarse de la decisión que estaba tomando, respondió “Yo te voy a decir algo, dos cosas, primero, que yo te entiendo, que a mí me pasó, que yo también he sido garante de amigos y también me han fallado, te entiendo, y segundo, que vos le deberías haber dicho a Nadia algo, qué mal, qué mal, pero bueno, dejémoslo ahí, pero te quiero decir que te perdono, porque te entiendo, lo tuyo es muy grave, dejémoslo, no pagues nada, fuiste buena persona y mirá lo que te pasó”. En ese momento a Nadia le cambió la cara, lo que era un lento apagar del llanto fue un resplandor repentino, sonrió como si no hubiera pasado el último rato sumamente afligida.
Se terminaron el café, salieron de la casa y saltaron y festejaron como si hubieran ganado el viaje de egresados. Inés, que no tiene ni la dosis mínima de resentimiento, que no guarda rencor ni como ventaja adaptativa, jamás le reprochó esto a Nadia, tampoco le pidió de vuelta la plata que le había prestado, y así se fueron contentas, cada cual a su techo asegurado (intento decir: eran otros tiempos, otras formas, quizá más laxas, otros los contratos y los compromisos; si Inés no se enojó, no puedo enojarme yo). Al par de semanas llegó una carta documento idéntica a la primera pero con la distinción de segundo aviso. Inés volvió a enervarse, volvió a llamar a Nadia, volvió a visitar a Silvio. Él les dijo que no se hicieran problema, “que seguro era el abogado queriendo morder algo, pero que ya estaba resuelto”, reproduce Inés. Efectivamente, en el corto plazo se les notificó que la deuda estaba condonada.
Esto no implicó el fin de esa amistad ni tampoco la prohibición de la amistad entre Paula y Catalina. Al poco tiempo Nadia murió. Esa tarde sonó el teléfono en la casa de Paula, que estaba con Catalina. Era la hermana de Nadia. “Avisale a cata que Nadia murió hace un rato”, le dijo. Paula, en shock, cortó y miró a su amiga que le dijo: “¿Qué paso? ¿Se murió mi mamá?”, “Sí.”
La relación entre ellas duró toda la secundaria y luego se fue diluyendo con el tiempo, de manera muy lenta, y hoy ya no saben nada de la otra. Inés, por su parte, recuerda este momento como uno muy difícil a nivel laboral, recuerda con dolor la muerte de su amiga, y el problema de la garantía es, con perspectiva y en todo este contexto, una anécdota sin tanto drama.
Hace algunos días le pregunto a una colega un dato sobre Feliz Domingo y no lo tiene pero me pasa el teléfono de Silvio Soldán. Le escribo un jueves a la tarde. Lo tuteo porque si lo trato de usted sé que voy a cambiar de registro a mitad de camino, nunca puedo mantener el trato de usted, entonces me presento y le digo: “Estoy escribiendo una historia sobre una mujer que salió de garante en el alquiler de un departamento tuyo, la inquilina se endeudó y vos les perdonaste la deuda. Fue en 1997. Quisiera tener tu voz al respecto también, si no es inconveniente”. Jueves: no le llega. Viernes: no le llega. Sábado, domingo, lunes, martes no le llega. El miércoles me responde ‘llamame al fijo’ y me lo pasa. Eso hago, de inmediato.
Comentarios
y sobre lo otro soy también otro buenudo que pagó 5 años de embargo de suledo por salir de garante... en fin
En una de las veces una compañera lo saludó y devolvió el saludo con una sonrisa.
No tengo más detalles.
...
Los gatos, ja!
a veces me siento forreada
a veces me siento inoxidable.