UN CUENTO VIEJO ARREGLADO PARA MANDAR A UN CONCURSO


Titulo: Mon Revé  Seudónimo VODKA.

Si se lo cuento a los viejos, ellos le echaran la culpa de lo que me pasa al viento. Las sierras, cuando el viento aúlla, y los espinillos se mecen sobre los caminos de tierra y arañan las pircas y los faroles bailan en los cruces de manzanas, en tardes tormentosas como las de hoy, extraño la ciudad, todo se me vuelve un lugar extraño.

¡Después de tantos años! Y me pregunto qué hago yo acá.

Llegué a la villa cuando el único negocio decente era El Caballito Blanco, el almacén de Ramos Generales, mezcla de ferretería, bazar y mercado, donde conseguías desde aspirinas hasta palas de punta y forraje para las gallinas y también leche en polvo. Cualquier cosa que te ahorrara el viaje a Jesús María. También había algunas despensas desperdigadas donde comprar kerosén, cosas básicas (harina, azúcar, fideos, que se yo, nada extravagante) y una estafeta postal abajo, en la ruta. La Gladys hacia de estafetera, vendedora de pasajes, y peluquera. Los que tenían vacas te llevaban la leche a domicilio. Esos eran nacidos y criados y los más pobres de todos. Si no me equivoco el apellido (entonces) era Almazán, y los chicos todos subnormales. Creo que por culpa de la pobreza. Pero te estoy hablando de mil años atrás: O cuarenta, es lo mismo.

Antes de eso, pensiones de Palermo y de Congreso, y un montón de casas de tránsito. Pensar que ahora, tantos años después la gente cree que soy de aquí, criada en estas sierras. Pero yo fui carne urbana cuando viví en Buenos Aires: Limpie oficinas en el microcentro, fui telefonista -con una centralita con clavijas, que ahora debe ser pieza de museo-, ayudante en una casa de modas de la calle Florida. Y lo otro. Esa pasión. Ya no se cómo nombrarlo. De tanto silenciarlo me quede sin las palabras que lo cercan

Cuando caminaba renga, un amigo de un amigo de un amigo (el tiempo, que es piadoso, borró los nombres) me consiguió este lugar, y vine como enfermera sin título. Para cuidar a una alemana vieja que tenía Alzheimer (justicia poética: una alemana tenía una enfermedad que graciosamente llaman "el alemán"), cuya hija buscaba a alguien que no fuera una negra, Y yo, blanca de linaje de gallego, renga y todo, le vine bien. Poliomielitis dije y no le extrañó. Vivían en un frasco en este pueblo, y eso que tenían a Córdoba, la revoltosa, a una hora de Ablo. Pensé para mí: tres, quizás cuatro meses. Hasta que las cosas se tranquilicen. Recomendada por la alemana no necesite otra carta de presentación.

Y los años pasaron: casera, cuidadora de alemanes, trabajé en la estafeta cuando la Gladys paró para criar al Santiago, (fue como un hijo) que ahora anda por los treinta y hace como diez que no viene a la villa. Una de las familias que me quisieron como si fuera de su sangre ,los Acevedo Gómez- él había sido cardiólogo en Córdoba-, me dejaron con escribano y todo, esta casa, arriba del camino de Urdiña (así le dicen por que el vasco Urdiña fue el primero que tuvo una casa, y abrió el camino). Me la gané a fuerza de no hacerle asco a las escaras y pañales. Sin pensar. Y acá estoy vendiendo tortas, hongos de pino, artesanías que hacen las chicas de la cooperativa, y tes de higo: esas cosas que le gustan a los veraneantes del balneario, las gentes de la ciudad. Además estoy cobrando una pensión, que me tramitó el intendente peronista, ni se la pedí, ni la esperaba, en pago tardío por que hice por la madre con un cáncer de colon lo que ni él ni su esposa hicieron, en el hospital de Jesús María, el Vicente Agüero, en tiempos de Menem.

Nadie me conoce familia. Deben creer que nací de una higuera. Ningún novio. Tuve amoríos, como cualquiera, pero no fui el festín de ningún chimento, y no les conté nada. Tampoco cartas. Y los que me preguntan, ningún dato. Aprendí el arte de callarme la boca. Y deje de tener opiniones Y en el trámite dejé de tener sueños. Y de celebrar fechas, recordar el tiempo, hasta te diría, de tener opiniones. Como si hubiera nacido cuidando alemanas, como si aquella tarde también me hubieran matado a mi. En realidad, ellos no lo saben, pero al matarlos me mataron.

Hoy estaba mirando el diario de ayer y la fecha me empezó a molestar, Yo pensé que me molestaba el viento, pero al rato, mirando fijamente el diario, caí en la cuenta de que ayer cumplí setenta años. Se me secaron los pechos sin dar de mamar, se me enfriaron las entrañas, se me olvido la pasión por las ideas.

La casa tiene un nombre, que yo no le puse. Mon Revé. Setenta años. Es decir, soy una vieja. Tengo el pelo largo y canoso, y los músculos fibrosos de tanto subir y bajar la sierra. Una crema Pons es mi único cosmético para cuando tengo las manos tan secas como el corazón. Y me visto con la misma ropa y para trabajar me pongo este delantal de tul arriba de lo negro y cuando me miro en el espejo, con el pelo atado y el delantal de tul y una torta alemana de manzanas y stroisse no se quién es esa.
Desde que caí en que tengo setenta años empecé a añorar Buenos Aires.
Cuando  veo Buenos Aires en los noticieros y no me daba nostalgia. Pero esto es otra cosa. Yo no soy una alemana, no soy de las sierras. ¿Acaso no nací en la maternidad Sarda, no fui al colegio en Flores?

Este viento viene del norte y me altera las ideas. Me hace mal. Me dio ganas de buscar la valija vieja que tengo en el altillo, que esta zunchada, y que no he vuelto a abrir, aunque hasta que termine en Mon Revé, fue y vino conmigo por toda la villa. La valija de la ropa, y esta, la zunchada. Voy a agarrar la escalera y ya.

Puff, con esta linterna no importa que la lamparita no ande y lo mejor es que no entra el viento pero hay olor a viejo. Un día, hace como cinco años tire las cosas del doctor, papeles sobre todo, que estaban acá, y acomode la valija.

Yo guardo poco, porque tuve que aprender a andar ligera de equipaje, pero nunca me deshice de esto. No se si la puedo bajar. La tiro y ya está. Ya está. El ruido a fierro atraviesa los papeles de diarios y los trapos con los que envolví las cosas.
Este suncho de hilo de nylon no se corta así nomás.

Lastima que acá abajo se escucha el soplido del viento. Los vecinos se meten adentro. No te cruzas con nadie. Así que puedo agarrar el cuchillo y ver los fierros

¿Será  como un regalo de cumpleaños tardío? Acá esta el fusil acá los tres revólveres calibre 32, la pistola 22. Y son como todo lo que tengo en la vida. Un hilo de tanza que me lleva al pasado. Atrás de la mina de negro con delantal de tul que sirve el té en el saloncito de adelante de Mon Revé. Ahí estoy yo. La otra que soy yo.

Acá está el trapo con sangre, es como una bandera, una forma de la identidad, reliquia, dinosaurio, recuerdo u olvido de esa otra. Pero lo guarde, envuelto en diario y en trapo (en otro trapo) como si fuera una bandera. La sangre parece pintura antioxidante y los fierros están tan cual. Aceitaditos no se oxidaron.. Los fierros los voy a enterrar, dicen que cuando el hierro se oxida es bueno para las plantas.

Y en cuanto al trapo, ya vamos a pensar. Dicen que no hay que negociar la sangre derramada y eso debe incluir la propia..
Montoneros, carajo.


Comentarios

Moscón ha dicho que…
Si cambiás Bs As por Madrid, Córdoba por Extremadura, y Montoneros por UGT ó Psoe, no altera el cuento. Universal.

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