lineas en el aire.


La sirena juntaba hojas secas dentro de una caja de madera que había tenido un lazo rojo, que había terminado en la basura, mugriento.
Una caja de bombones industriales felf fort, de esas que se venden en  almacenes de barrio como para salir de un apuro, cuando te olvidaste de comprar, o acaso no pensabas ir a saludar a nadie.
 Las hojas las secaba entre tapas de libro y juntaba hojas porque era  más fácil que juntar mariposas. Ya no hay mariposas, todos lo sabemos.
Él la seguía con la mirada, fijos los ojos en la caja cuando ella pasaba para ir a comprar al almacén, con bolsa hecha con sachet de leche trenzados. En una mano la caja, en otra mano, colgando, la bolsa. A veces se agachaba, y buscaba una hoja en el piso otoñal.
El era un adolescente poeta. Flaquito, con el pelo medio largón como se usaba entonces. Difícil reconocerlo en el que es ahora. Tenés que agarrar la foto y buscarlo poco a poco y se te hará la luz. No cambiamos para el que sabe mirar. La sirena era infinitamente más avivada, pero no era merito. Es una cosa de las mujeres, un arma como la tinta de los calamares, algo para sobrevivir en un mundo donde no se lleva la mejor parte. La inteligencia de la sirena era un atributo innato en el que ella no tenía nada que ver. No gustaba presumir ¿o acaso ustedes vieron alguna araña presumiendo de su infalibilidad de cazadora de moscas?
Camino del almacén, recuerda que olvidó en su casa (el departamento de la puerta de latón) el monedero, y vuelve y él vuelve con ella.

-Veni, che, no hay nadie- le dice,  con esa sonrisa que no deja ver una exquisita dentadura, con esos labios del montón, pero sonrisa de sirena al fin,

Ella promete más de lo que dice

En la casa hay olor a oscuridad, a sosiego ¿vieron que los departamentos umbríos nos generan posibilidades de murciélagos, desarrollamos otros sentidos?. La libido trazaba rayas en lo oscuro. Es que las ganas de tener al otro toman formas físicas, como ondas, algo que se podría trazar con regla o compás. Las ganas de la Sirena por tenerlo las podemos graficar con fibrón rosa fluorescente, las él con lápiz faber numero dos.

Cuando la Sirena deja la bolsa vacía de sachets de leche para agarrar del
aparador del comedor el monedero ya esta toda la jugada trazada: es un perfecto gambito de dama. El se acerca por detrás, y le pone las manos en los hombros, ella deja caer la caja de madera con todas las hojas secas, que se desparraman en el piso de damero, de mosaicos amarillos y negros.
¿Quien dice que juntar hojas es inútil? esa tarde ella, pacientemente, con saliva fue pegándole  una a una todas y cada una  de las hojas en el cuerpo desnudo y flaco de poeta que tenia entonces. Se arruino el herbolario, pero a quien le importa. El olor cambio de repente.  Se armo un olor a siesta compartida y a hojas rotas que hizo que todo virara al verde.

La saliva es como la sangre. Deja trazos indelebles, mapas en el cuerpo que la ducha no borrará. Con paciencia y saliva él fue un árbol y la sirena una escultora, enredados los dos en líneas fluorescentes rosas y trazos desparejos de lápiz faber numero dos que se encontraban una y otra vez estallando como chaskibunes la tarde de agosto.


Comentarios

El Demiurgo de Hurlingham ha dicho que…
Todo un encuentro el de la sirena y el poeta, muy bien contado.
Saludos.
vodka ha dicho que…
gracias Demiurgo, es un texto viejo, que le había escrito a un amigo (ya muerto) bloguero, que decía que esos cuentos estaban pidiendo libro.
Cada tanto me acuerdo de él. Tengo un archivo con esos relatos . Hoy me dio ganas de poner este.
PABLO ha dicho que…
quizas
tal vez
de repente
sera
no debe ser
abrazo interminableeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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