burbuja K, y él reluce como un faro.
a veces me saturan los blogs politicos, no entiendo demasiado, me mareo. Soy su seguidora en twitter (el, por supuesto no me sigue) No pierdo oportunidad cuando puedo de decirle que se deje de boludear y escriba una gran novela del rio.
Estoy hablando de Lucas Carrasco, el chico pillo, el bukowsky domestico, zarza ardiendo. Tiene casi la edad para ser mi hijo (no tanto, pero es como un crio).
Por textos como este quiero que Lucas Carrasco se deje de joder con chiquitaje de puterio de twitter y blog y escriba la gran novela del rio
4 DE MARZO DE 2011
Iracundia
Tantas reuniones y cosas y proyectos y promesas y cuentas y adversarios y datos y revuelos y nervios y gente estúpida y gente brillante y gente con cara de nada que es nada y capaz que está bien que así sea, quién sabe. Una vorágine camino a nada.
Me acabo de sentar en la plaza, a comer un pancho.
Cuando cruzo las piernas, muerdo el pancho y me acuerdo del cumpleaños 88 de mi abuela, que fue ayer. Me acordé tarde, pero la llamé. Me cuenta de los bocaditos, 17 variedades, que hizo mi hermano menor. Y la voz, por teléfono, de mi vieja, que cada vez se parece más a la voz de mi abuela. Aunque desde chiquito, cuando mi vieja habrá tenido 25 años (uf, 8 años menos que yo!) ya me parecía una señora grande y adulta y segura. Después, bueno, después, todo lo que pasó después.Fue tanto. Fue tan rápido.
Y ahora, de pronto, las insinuaciones de la vejez desde el teléfono, mi vieja, jubilada de la docencia. En un matíz, se percibe, un giro de la voz. En algo que está secreto, en el fondo, ella lo sabe, yo también: hay algo horrible que se acerca. Algo innombrable que acecha. Siempre fue una posibilidad, después de todo. Pero, ahora, como un gato que viene lentamente, resignado, que trepa la alcantarilla, entra por la ventana, camina atravesando el living. Pronto, dice el gato, negro y de ojos brillantes, pronto.
Una señora se sienta al lado del mismo banco que yo. Una costumbre muy porteña. No pasa en otras plazas del país, eso de sentarse en un banco -diseñado para que entren dos personas, parejas, en general- eso de sentarse al lado de un desconocido en su banco y ni siquiera hablarle o mirarle la cara. La señora se saca los anteojos de sol.
Me suena el celular, lo apago. Ya voy, a esa reunión. Basta de joder tanto. Dije que iba a ir. Descruzo las piernas para darle más lugar a la señora.
Prendo, muy lentamente (es importate esto: muy lentamente) un cigarrillo. Hay algo que ahora sí se nota. Solamente ahora.
No toda la gente está apurada, loca, desquiciada, sobrepasada, nerviosa. Están los que duermen entre harapos. Están los que comen ensaladas. Están los que, como yo, se sientan un rato. Un rato largo, de cinco minutos hermosos y plenos. Y se sientan por el sólo placer de la duda.
¿Vale la pena todo esto?
Probablemente, sí.
Probablemente, no.
La señora hace un gesto de asco cuando le llega el humo del cigarrillo. Me levanto, camino un poco. Quizás nunca vuelva a cruzarme con esa señora. Saludo al del kiosco de diarios, a la boliviana que vende los panchos, al cadete del banco, al mozo que anda a las corridas llevando una bandeja por la calle, al agente de seguridad de mi edificio. Vuelvo a casa. Tengo media hora. Antes de rajar.
Me cortaron el gas.
Hay un ciego en el subte D que se llama Javier.
Una vez, medio en joda, escribí una biografía social de Los Iracundos. Ya cansado de escuchar, con la guitarra, a los borrachos de ese bar en calle 3 de febrero y Don Bosco, en Paraná. Me terminaron gustando, Los Iracundos. Me entusiasmé con eso, ya era casi un libro de unas 300 páginas. Estaba, en esa casa, solo. No tenía trabajo. Así que escribía, algunos bolazos miserables que mejor ni recordar, puchereando, nunca fui bueno para ganar unos mangos, y entonces para descargarme, unos bolazos entretenidos escribía, para mí, para joder. Los años 70 y Los Iracundos. Los revolucionarios años 70, je.
Comer un pancho, que vale 5 pesos, sentado en una plaza. Tomarme un rato. Tomarme un mate, con la pava eléctrica. Me cortaron el gas. También el teléfono. Compré, en una librería de saldos, una gran novela policial. Inconseguible desde hace unos años. El Séptimo Círculo, coleccion fundada por. En fin. Hay un montón de mundos apacibles entre las páginas y en los teclados. Hay un montón de cosas.
Anoche, cuando volvía a casa. Se me ocurrió una gran idea. Que a nadie le debe importar, por supuesto. Tengo un montón de ideas que a nadie le importan y un montón de anécdotas donde no pasa nada.
Creo que el pancho me cayó mal.
O que estoy triste.
En todo caso, tampoco es tan importante.
Pero tengo esa compulsión por tomarme el pelo, así, sin ningún sentido. Sólo porque me aburro o porque, en el fondo, como un grito desesperado, tengo esta necesidad serena de decir ese algo que es tan simple: yo sé que no hay nada verdaderamente importante por decir. Yo, lo sé. Nunca se me nota. Lo disimulo. Sospecho que a otra gente le pasa.
Se me enfrió el agua.
Tengo que comprarme, por fin, un termo.
Comentarios
Le falta para ser bukowsky. Le faltan borracheras y peleas y mujeres mal pintadas de si fácil.
Esta interesante. Me dejó una sensación de "que distinto a mis 33 años". Ni bueno ni malo, solo distinto.
Cariños.
p/s: los blogs políticos y los programas políticos me aburren o me sacan de quicio.
Eso es lo bueno de la literatura buena. Otros mundos.