paranoia conurbana.
En esas dos cuadras del bosque urbano me extrañó sentir el miedo de Caperucita cuando el sendero corto se iba angostando y el cielo de la tarde quedaba tapado bajo el ramalaje que cubría todo como un techo.Ni la excusa de la madrugada, Si levantaba la vista todavía había violetas y algún rosado que avisan, inequívocamente, que el crepúsculo llegó.
Nada diferente, las dos cuadras, luego voltear, cruzar la calle y a media cuadra mi casa, la que señalaba a los remiseros como "la del porton de madera, de dos plantas", Incluso, en la planta alta, ya estarían mis nietos con sus cosas de niños, velandolo todo de una cotidianeidad arrasadora.
Apenas comencé el trayecto tuve que ir hacia la otra acera, porque un auto (no me pregunten marca o color, nunca retengo esos detalles) freno a mi paso, como si el sencillo acto de pasarme de vereda podria impedir que tres tipos corrieran a agarrarme, uno de las patas, otro de los brazos y otros simplemente como ayuda eventual ante una resistencia inutil,y me tiraran en el auto para después venderme como la carne mas barata del mercado.
Del auto bajó una mujer con bolsas del lado del acompañante y yo pensé "son solo dos cuadras y no es de noche cerrada". Recordé otros tiempos, con gente en la vereda, yendo a los mandados. y pensé que en la otra cuadra del bosque estaba la fábrica, una fabrica grande, de filtros de agua, los mas conocidos -no recuerdo el nombre, pero si tenes un filtro de agua, seguro salió de esa fábrica- y que los ruidos avisaban que las maquinas estaban haciendo su gracia y que la fabrica tenia vigilancia y grabación de videos por su puerta. Seguramente la policía pediría esos videos 24 horas después de que yo no hubiera llegado a mi casa y mi familia hubiera agotado sus estrategias para encontrarme. Pero en tanto no llegara a la fábrica, tenia que caminar una cuadra.
Miré, tratándome de tranquilizar, las casas conocidas.Ahí vivía Marisa Tedeschi, con su abuela y su madre tejedoras a mano, que iba a la escuela con capitas ridículas, mañanitas te diría yo,con tejidos con abanicos y flores tejidas con lana, arriba del guardapolvo y tenía una sonrisa tan deslumbrante que cincuenta años después no puedo recordarla sin esa sonrisa. Nunca supe nada del padre,por ahi no tenía, no se. Pero cruzo la calle de Marisa, y luego miro en el cemento las marcas de una bicicleta que lo surcaron cuando estaba fresco y pienso en la muerte, en quedar muerta en un cementerio a la hora que no hay nadie, y en la asociación fónica entre cemento y cementerio, puto psicoanálisis.
Y retomo la ultima cuadra. Me viene a la memoria que en el terreno seguro, frente a la carnicería, se bajaron de una moto y me arrebataron el celular, mientras yo defendía la mochila, pensando -en una secuencia donde hay un salto en el tiempo, como el salto de una púa, que va de un sonido a otro, morfandose un acorde, que mi celular estaba ahi y no en mi mano, Que no se trata de esas dos cuadras, que la mía es también insegura
Pienso que nunca tuve miedo: que no tengo miedo, que todo esto es la rémora de la paranoia social
Pienso ademas en cuando tenia hijos pequeños (al final la única manera de tener hijos es que sean pequeños y dependan de vos, de tu cordura) y salí con ellos, asegurandole que nunca nada mala iba a pasar,
Mientras meto la llave en mi casa, veo que a media cuadra viene alguien ¿como hare si corre y viene hacia mi y me empuja y se adueña de mi casa y de mis cosas?
Como en el cuento Cabecita Negra, ya nunca estaré segura. nunca.
Nada diferente, las dos cuadras, luego voltear, cruzar la calle y a media cuadra mi casa, la que señalaba a los remiseros como "la del porton de madera, de dos plantas", Incluso, en la planta alta, ya estarían mis nietos con sus cosas de niños, velandolo todo de una cotidianeidad arrasadora.
Apenas comencé el trayecto tuve que ir hacia la otra acera, porque un auto (no me pregunten marca o color, nunca retengo esos detalles) freno a mi paso, como si el sencillo acto de pasarme de vereda podria impedir que tres tipos corrieran a agarrarme, uno de las patas, otro de los brazos y otros simplemente como ayuda eventual ante una resistencia inutil,y me tiraran en el auto para después venderme como la carne mas barata del mercado.
Del auto bajó una mujer con bolsas del lado del acompañante y yo pensé "son solo dos cuadras y no es de noche cerrada". Recordé otros tiempos, con gente en la vereda, yendo a los mandados. y pensé que en la otra cuadra del bosque estaba la fábrica, una fabrica grande, de filtros de agua, los mas conocidos -no recuerdo el nombre, pero si tenes un filtro de agua, seguro salió de esa fábrica- y que los ruidos avisaban que las maquinas estaban haciendo su gracia y que la fabrica tenia vigilancia y grabación de videos por su puerta. Seguramente la policía pediría esos videos 24 horas después de que yo no hubiera llegado a mi casa y mi familia hubiera agotado sus estrategias para encontrarme. Pero en tanto no llegara a la fábrica, tenia que caminar una cuadra.
Miré, tratándome de tranquilizar, las casas conocidas.Ahí vivía Marisa Tedeschi, con su abuela y su madre tejedoras a mano, que iba a la escuela con capitas ridículas, mañanitas te diría yo,con tejidos con abanicos y flores tejidas con lana, arriba del guardapolvo y tenía una sonrisa tan deslumbrante que cincuenta años después no puedo recordarla sin esa sonrisa. Nunca supe nada del padre,por ahi no tenía, no se. Pero cruzo la calle de Marisa, y luego miro en el cemento las marcas de una bicicleta que lo surcaron cuando estaba fresco y pienso en la muerte, en quedar muerta en un cementerio a la hora que no hay nadie, y en la asociación fónica entre cemento y cementerio, puto psicoanálisis.
Y retomo la ultima cuadra. Me viene a la memoria que en el terreno seguro, frente a la carnicería, se bajaron de una moto y me arrebataron el celular, mientras yo defendía la mochila, pensando -en una secuencia donde hay un salto en el tiempo, como el salto de una púa, que va de un sonido a otro, morfandose un acorde, que mi celular estaba ahi y no en mi mano, Que no se trata de esas dos cuadras, que la mía es también insegura
Pienso que nunca tuve miedo: que no tengo miedo, que todo esto es la rémora de la paranoia social
Pienso ademas en cuando tenia hijos pequeños (al final la única manera de tener hijos es que sean pequeños y dependan de vos, de tu cordura) y salí con ellos, asegurandole que nunca nada mala iba a pasar,
Mientras meto la llave en mi casa, veo que a media cuadra viene alguien ¿como hare si corre y viene hacia mi y me empuja y se adueña de mi casa y de mis cosas?
Como en el cuento Cabecita Negra, ya nunca estaré segura. nunca.
Comentarios
Buena elección musical.
Saludos.
Bien en silencio, y encima el chaqueño que se compró un dogo, o un rottweiler o algo así (nunca lo vi, pero lo oí ladrar, y te juro que te hace parar los pelos de la nuca). Y lo tiene suelto; un perro casi tan grande como yo, suelto. Los pasos en silencio, y la cuenta regresiva en metros, o en perros: ya pasé por la casa de los dos ovejeros, queda solo la casa de la Negra, que tiene un perro grandote y haragán y otro chiquitito, muy mal llevado. Si me oye el grandulón no pasa nada, pero si el cuzquito se pone a torear lo va a hacer calentar al otro, y todavía falta una cuadra, aunque corra igual me alcanza.
La paz del campo. Te la regalo, a la paz del campo, las mañanas campestres y todo eso. Fear of the Dark.
De esa manera es más difícil pensar.
Saludos,
J.
Ah, ese es el mismo amigo que de noche tenía que sellar la luz roja de la TV porque no podía dormir, y que estando ya en Ballester empieza a perseguirse porque cree que no cerró la llave de gas.
Buen relato. Hay tanto ya hecho para amueblarlo:
el ya mencionado Cabecita Negra, Luzbelito y las Sirenas, "Lo que le pasó a Ricardo" de Capusotto...
Besos!