En esas dos cuadras del bosque urbano me extrañó sentir el miedo de Caperucita cuando el sendero corto se iba angostando y el cielo de la tarde quedaba tapado bajo el ramalaje que cubría todo como un techo.Ni la excusa de la madrugada, Si levantaba la vista todavía había violetas y algún rosado que avisan, inequívocamente, que el crepúsculo llegó. Nada diferente, las dos cuadras, luego voltear, cruzar la calle y a media cuadra mi casa, la que señalaba a los remiseros como "la del porton de madera, de dos plantas", Incluso, en la planta alta, ya estarían mis nietos con sus cosas de niños, velandolo todo de una cotidianeidad arrasadora. Apenas comencé el trayecto tuve que ir hacia la otra acera, porque un auto (no me pregunten marca o color, nunca retengo esos detalles) freno a mi paso, como si el sencillo acto de pasarme de vereda podria impedir que tres tipos corrieran a agarrarme, uno de las patas, otro de los brazos y otros simplemente como ayuda eventual ante una resist...