Nadie sabe nada y todo genera kilombo.

Leyendo este articulo del blog Eterna Cadencia reafirmo una de mis tres o cuatro convicciones. En este caso "nadie sabe nada del otro"
Por si te preguntas cuales son las otras convicciones, a saber
"nadie mirado de cerca es normal"
"la vida son cuatro días y ya pasaron tres"
"todo ira de mal en bien"
"la vida es una road movie, como telma y louise, hay gente que conoces, tal vez por azar, la vez en un lapso pero cuando ya no están mas en tu vida, la cambiaron, sos otro"
"tenes que gestionar tu deseo, si no lo haces vos no lo va a hacer nadie"
nadie es tannnnnnnnn bueno...

Eran mas de dos o tres, al final, casi que podría seguir. Pero eso de nadie sabe nada del otro (ni tus intimos) viene muy a cuento de este reportaje que voy a copy and paste.
Es que hay un estereotipo de clase. Yo a veces me regodeo en eso: La sirena de Lanus, y es verdad. Pero soy una sirena que hay leído a Lacan, que tiene mas posgrados de los que necesitaría,-todos de la UBA,  que sabe lo que es ser puanner, que usa con soltura la palabra epistemologia, entre otras cosas que no cierran con solo mirarme. Leo el I ching. Pero no le creo, por ej. Hago infinitas cosas que no dan con el que cree que me conoce. Incluso el intimo, el cercano.  Y eso que pasa conmigo pasa con vos. Con cada uno de nosotros. El tipo este del reportaje cuenta algo que desarma en pedazos el estereotipo del descendiente de ingleses que vive en San Isidro.La vida no es como te crees, no es como te contaron. A ver si te avivas.
Las cosas tienen movimiento.

Gracias blog eterna cadencia (esta en el blog roll)

Cuando el centro es la periferia

09-01-2015 | 
Martín Wilson habla de Qué paja ir al Centro (Notanpuän): “Lo cool está siempre en el Centro, en Palermo”, dice.
Por Patricio Zunini.

El cuarto título publicado por Notanpuän, después de Los murciélagos, de Leonardo Pitlevnik, Pichonas de Claudia Aboaf, y Macumba, de Luis Mey, esQué paja ir al Centro, de Martín Wilson. Esta novela se mueve en dos registros y dos tiempos distintos que se unen en el final, pero que también podrían vivir como dos historias independientes. Por un lado está el diario de un inglés que vivía en la Argentina y que cuando se desató la Segunda Guerra Mundial viajó como voluntario para pelear del lado los aliados. El texto, que calza como perfecto revés de Hubo una vez un guerra de John Steinbeck, es también la contracara de la segunda historia, que tiene como escenario la zona norte de Buenos Aires (San Isidro, Olivos, Béccar), y es la del nieto de aquel soldado, Willy, que pelea por mantener su puesto un canal de televisión y, que enfrentando una enfermedad terminal, empieza a plantear movimientos determinantes en su vida que afectan a sus más próximos. Hay mucho de autobiográfico en la novela: aquel soldado está creado a partir de las memorias de Cedric Walter Henman, el abuelo de Wilson. Y es el propio Wilson quien desde hace años trabaja en un laboratorio de ideas de Telefé.
En esta entrevista, Martín Wilson habla de Qué paja ir al centro, pero también de los lazos que lo unen y lo tensan con la vida San Isidro y con sus orígenes ingleses.
—A mi abuelo —dice—no se le podía preguntar sobre la guerra. Sé que fue mi abuela la que le dijo que escribiera todo porque se iba a volver loco. Yo tenía 20 años y jugaba mucho al ajedrez con él. Y un día me animé a preguntarle algo y me contó una anécdota sobre un pibe al que le mandaban cartas como si fueran de una mujer. ¿Viste como cuando nos pedían a nosotros dibujitos para mandar a los soldados de Malvinas? Ellos también recibían cartas de aliento, pero ahí pasó que adentro del escuadrón, le mandaban cartas de una mujer. Para joderlo. Estaban presos, pero a veces el enemigo no es el otro. Fue lo único que me contó. Era una anécdota medio boluda, pero se largó a llorar. “Fue una crueldad”, me dijo.
¿Vos reconstruís la historia de él a partir de sus propios diarios?
—Sus diarios están muy mal escritos, no se entiende nada. Yo quería hacer algo pero era imposible. Los usé pero hice algo diferente. También entrevisté a 6 o 7 personas que estuvieron en la guerra para encontrar el lenguaje. Leí cosas del lado alemán, pero sentí era otra historia. No quería meterme en algo que no me pertenecía. Yo le tengo mucho respeto a cualquier persona que fue a una guerra. Es el horror mismo; vas por los intereses de otros. Debe ser un infierno. Pero no quiero meterme en una tragedia ajena. Es como si me hubiera puesto a hablar de Malvinas.
En un momento Willy dice “La larga risa de todos estos años”, que es el título del cuento de Fogwill.
—Siempre me llamó la atención sobre cómo lidió con su apellido. No me parece casual que se haya agarrado tanto a escribir Los pichiciegos con ese apellido. Es como cuando el pibe de un sindicato le dice a John William Cooke “¿Con ese apellido te la vas a dar de nacionalista?”. Está bueno ese momento. A mí siempre me llamó la atención como llegó Fogwill a su anglosajonismo. No es una esnobeada. Al contrario, también te puede agarrar un complejo de inferioridad. Mucha gente no me quiere por mi apellido. Hay gente antibritánica. Pero yo elegí vivir acá. Mi vieja es inglesa y cuando todos con la crisis se fueron corriendo, yo, que tenía pasaporte, elegí quedarme. No tiene nada de malo irse a otro lado, pero me quedé acá.
La historia de Willy en la tele es como una nueva batalla, pero sin épica.
—Es difícil vivir. Hay quien la lleva bien, se caga de risa, y hay quien no. En cualquier lugar donde te metés… todo sistema genera quilombo: el laburo, un club de rugby o de fútbol, un taller de poesía. Todo es puterío. Todo genera agrupaciones e intereses. Todo es lucha de poder, internas, decepciones. La literatura también. Podés contar el lado lindo, lo conocemos, pero todo genera quilombo.
La segunda historia tiene que ver con la Zona Norte: San Isidro, Béccar. ¿Es una mirada clasista?
—Es la segunda vez que me lo dicen. Nunca en mi vida me lo habían dicho. Me dolió.
¿Por qué?
—Porque no soy clasista. O no me doy cuenta.
¿Te acordás de un personaje de Fernando Peña que se llamaba Martín Revoira Lynch?
—Pero lo veo muy lejos. Martín Revoira Lynch era gracioso para mí, que estaba lejos de ahí. Yo soy un outsider de San Isidro. No lo digo ni como algo bueno ni como algo malo, es una realidad. Lo que tengo es que fui a un colegio de Olivos. ¿Pero qué es lo clasista? ¿Hablar de ahí? Hay mucha clase media alta venida a abajo. Hoy lo clasista pasa por otro lado. No están más los apellidos que estábamos acostumbrados en las novelas. A los guionistas hay que refrescarlos porque la guita cambió de mano. Toda esa cosa que creemos de los Anchorena, los Pueyrredón: están manoteando lo último que tienen. Son otros apellidos los que mandan en Zona Norte y con eso no me meto porque no los conozco. Son más anónimos, son nuevos. Yo no soy un tipo de linaje.
Pero venís de una familia inglesa.
—¿Pero qué tipo de familia? Mi familia estaba manejando taxis allá. Una vez en el blog de Santiago Llach publiqué un poema y una chica me dejó un comentario que decía que no aguantaba mi soberbia inglesa. ¡Pero los ingleses no son todos aristócratas! Y si lo hubiese sido, hubiese escrito sobre eso con orgullo. Este no es un libro confesional, pero cuando tenés que lidiar con la moral o la ideología hay que tener un poco más de cuidado. Está bueno ser uno mismo y bancársela. Si a vos te parece clasista, a mí me molesta, me duele, pero me lo tengo que bancar. Pero me molesta mucho el prejuicio. Creo que no es casual que me hice re hincha de Boca y trabajo en Telefé. Inconscientemente la vida me fue llevando a abrazarme a eso. Con un amigo del trabajo tenemos el chiste de decir que no vivimos en San Isidro sino en Munro. Me molesta mucho el prejuicio.
¿Cómo es vivir en San Isidro? Me han dicho que es más pueblerina de lo uno podría imaginarse.
—Sí, es muy pueblerina. Todo puede sonar snob, pero tenés muchos árboles, tenés el río cerca, está bueno caminar por ahí. La plata manda y eso implica que nunca se armó una movida nocturna. Si bien hay bares nunca pudo crecer. No se puede poner un boliche donde quieras. Está todo eso muy manejado, entonces hay una cosa como de pueblito yanqui de un único bar, un único lugar donde ir a jugar al pool, hippies con plata. Mucha gente vive en casa, tiene su pileta, su quincho: qué paja ir al Centro, para qué te vas a mover. Una vez se hizo un festival de música electrónica en el hipódromo y fuimos con un amigo y veíamos a la gente cool que llegaba desde Capital. Y yo me sentía un red neck, muy campesino. Lo cool está siempre en el Centro, en Palermo.
Hablemos de los dos teaser que pusiste en YouTube sobre Qué paja ir al Centro.
—¿En los que toco la armónica? Me gusta tocar la armónica. Soy un músico frustrado.

Comentarios

José A. García ha dicho que…
¿Demasiados posgrados? ¿Se necesitan más de uno? ¿Y para peor de la UBA?

Saludos
J.

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