adios a las armas.

al final, después de tantas vueltas, me dirigí al pañol a entregar las armas.
Las había cuidado con esmero. Esa guerra había concluido, al menos para mi.
Cansada de perder, con heridas que supuraban por todos lados, rengueando, peor -en el cabal sentido de la palabra- de lo que había llegado en aquel septiembre  a la delgada linea roja, (en ese tiempo pensaba que las batallas eran gloriosas y que su gloria no tendría otra opción que empaparme) fui al pañol y entregué mis armas.
No había nadie para recibirlas, a nadie le importaba esos pertrechos inútiles.

Las criaturas que van a la guerra van engañadas  La épica es un relato cojonudo. Pero cuando se pierde la ultima batalla, volvés la vista atrás y tenés el insight de  que la guerra terminó hace mucho. Entonces, dejas los pertrechos de guerra en el mostrador del pañol, intentas recuperar las cosas con las que llegaste allì (nada queda,nada) y te volvés.
Gracias, tango: con la frente marchita.

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